miércoles, 30 de junio de 2010

el último poema (21): el sueño de takuan soho


El decimoprimer día del decimosegundo mes de 1645, a la edad de 73 años, Takuan Soho, artesano zen, decide morir. Piensa que es suficiente, que la nieve se funde en riachuelos subterráneos mientras la piel florece en la naciente ladera; que ya es tarde para seguir levantado y la hora, por intempestiva, es la exacta.

La vida de Takuan, al igual que su muerte, es un acto poético. De personalidad extraordinaria, fue erudito, pintor y poeta; gran preparador del té, agricultor, inventor de flores y palabras, virtuoso de la esgrima y la caligrafía. Maestro de nadie, admirado y respetado por todos. A los 37 años, se le nombró monje supremo del templo Daitokuji de Kioto. Takuan, que detestaba el poder y la autoridad, abandonó el cargo a los tres días para dedicarse a viajar. Rechazó cuantos títulos honorarios se le ofrecieron e incluso declinó entrar al servicio del shogun. Una vez lo desobedeció y fue desterrado a unas montañas lejanas. Cuando, levantado el castigo, se ordenó que volviera a la ciudad, Takuan replicó que prefería las montañas a la mugrienta y atestada Edo.

Y en las montañas quiere que lo entierren. En un lugar apartado, perdido, sin florituras ni ceremonias, como quien se desprende de la tercera cana un frío día de invierno. Así se lo comunica a sus allegados. Éstos, consternados, intentan disuadir a Takuan de su fatal resolución. Imposible. El sabio ha llamado ya a la sombra hambrienta, que ahora está soplando sobre su ajada frente. Los seguidores le ruegan, al menos, un último poema de despedida. Takuan con dificultad toma el pincel, perfila lento en una hoja el kanji de «yume», que significa «sueño», y muere.

viernes, 18 de junio de 2010

penélope o la máquina de estilo para cartas de amor


Ordeno el deseo
doblo y apilo los sentimientos en montones
por estaciones y colores
cuelgo en perchas cuanto no poseo
guardo en el armario
las mantas con la santa mancha
de tu cuerpo a la deriva
el hambre canina de invierno
la sed menstrual en fila con los sombreros
despego trozos de piel del fondo de la nevera
me dejo las uñas frotando
el sudor animal radicado
en las paredes del horno dormitorio
mojo guío adecento las enredaderas
que desesperadas
se han abrazado a tus barbas
separo las flores heridas a cuchillo
relamo tus gemidos
tejo mis senos tempestuosos
bordo en tu ávida lengua
una placenta de pálidos hilachos
despejo las cortinas de pájaros
que en la estampida dejan
sus nidos estampados
y eclosiona de cada huevo
una ligera idea de aleteo
ventilo la sellada quemazón del instinto
barro la ansiedad arremolinada
en los rincones más angostos del alma
limpio los feos espejos
lustro la belleza opaca de las estatuas
que arrebatadas traslucen en primavera
enciendo en el patio una hoguera
de libros y otros objetos inflamables
que crepitan tu nombre hasta que se consumen
entre los rescoldos crece un limón
extraña fruta la exprimo
sobre mis sentidos
y al fin me siento
exhausta a descansar
miro a mi alrededor
las agujas dormidas en el agujero
los ovillos desovillados con los ovillos
la casa ya sosegada
y el deseo todo está en su sitio
ordenado a la perfección y listo
para llorar en silencio
mientras la ausencia entera de tus ojos
va penetrando
lentamente
en mi entraña
y escribo

viernes, 4 de junio de 2010

fuego fatuo


lo más bello de este poema
es el abismo no mecanografiado
todo el espacio en blanco
entre versos palabras letras
sutil profundidad de hiato
entre la sílaba átona
y tu voz de golpe en el vacío
entre desvelo y desvelo
sin comas ni punto final
sin título en un principio
sin la mayúscula inicial
este lento cadáver en proceso
de composición silenciosa
esta laguna de memoria
sinécdoque ensimismada
del pacífico infinito
o la nada oceánica
el sueño perfecto de la idea
donde no hay poema
donde el poeta brilla por su ausencia