sábado, 22 de enero de 2011

el último poema (26): suicidio


(Quizá fue por no saberte la Geometría)

El jovencito se olvidaba.
Eran las diez de la mañana.

Su corazón se iba llenando
de alas rotas y flores de trapo.

Notó que ya no le quedaba
en la boca más que una palabra.

Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.

Por el balcón se veía una torre.
El se sintió balcón y torre.

Vio, sin duda, cómo le miraba
el reloj detenido en su caja.

Vio su sombra tendida y quieta
en el blanco diván de seda.

Y el joven rígido, geométrico,
con un hacha rompió el espejo.

Al romperlo, un gran chorro de sombra
inundó la quimérica alcoba.

(Federico García Lorca)

miércoles, 19 de enero de 2011

the morphine thief


La más inquietante de aquellas octavillas, de aquellos anuncios de la guerra, la recogió Wilson Reyes pocos días después en las inmediaciones del río Han. Representaba a un niño con una careta antigás subido a lomos de un rinoceronte. En Asia, le explicó el Flaco Bentley, el cuerno de rinoceronte es muy apreciado por sus hipotéticas propiedades medicinales. Los cazadores furtivos suelen cavar trampas gigantescas en el suelo y solo aprovechan de esas moles, que llegan a pesar varias toneladas, su cuerno, del que a veces sacan más de cinco mil dólares porque los cara de perro –así llamaban ahora a los chinos– creen que el polvo de cuerno de rinoceronte es afrodisíaco y que cura la fiebre y las convulsiones, porque ni Mao ni el propio Satanás podrían acabar con la superstición china. Lo que ninguno de los dos terminaba de entender era el significado de la cabalgata triunfal del niño a lomos de aquella bestia, y la procesión de soldados y de campesinos que alzaban sus brazos hacia el jinete y sonreían, victoriosos todos, mientras uno de ellos pisoteaba una bandera americana. Casi se podía escuchar la música de la victoria, los cantos triunfales de aquella procesión, sus vítores y sus consignas, y por ese motivo, Reyes sentenció –su labio inferior colgando– que aquel pasquín era una maldita obra maestra. Y el Flaco pensó que tenía toda la razón: la octavilla transmitía al mismo tiempo euforia e inquietud, entusiasmo para los propios y angustia para los rivales, justo lo que se espera de la verdadera propaganda ideológica, ese viperino poder de persuasión. Por supuesto, ni Reyes ni él sabían leer el texto, colocado entre grandes exclamaciones bajo el rinoceronte, pero el dibujo les bastaba para comprender que los enemigos se habían vuelto definitivamente locos. Tal vez sea, dijo Wilson Reyes, el arma definitiva de los comunistas. Pero en ese momento, el Flaco no entendió si Reyes se refería al niño, al rinoceronte o a la locura.

(Mario Cuenca Sandoval: El ladrón de morfina.
451 Editores, Madrid, 2010
)

miércoles, 5 de enero de 2011

pobre niño pálido


Pobre niño pálido, ¿por qué gritar en la calle a voz en cuello una canción aguda e insolente, que se pierde entre los gatos, señores de los techos?, pues ella no atravesará los postigos de los primeros pisos, tras los cuales ignoras los grávidos cortinajes de encarnada seda.

Sin embargo, cantas fatalmente con la tenaz seguridad de un hombrecillo que va solo por la vida y, sin contar con nadie, trabaja para sí mismo. ¿Tuviste un padre alguna vez? Ni siquiera tienes una vieja que te haga olvidar el hambre pegándote cuando regresas sin un centavo.

Pero trabajas para ti mismo: parado en las calles, con desteñidos vestidos hechos como los de un hombre, enflaquecido prematuramente y demasiado crecido para tu edad, cantas para comer, con encarnizamiento, sin humillar tus ojos perversos hacia los otros niños que juegan en la calzada.

Y tu lamento es tan, pero tan sonoro, que tu desnuda cabeza, elevándose en el aire a medida que sube tu voz, parece querer partir desde tus pequeños hombros.

Hombrecillo, ¿quién sabe si ella no se irá un día, cuando, después de gritar largo tiempo en las ciudades, hayas cometido un crimen? No es tan difícil cometer un crimen, prosigue, basta con tener coraje después del deseo, y algunos... Tu figurilla es enérgica.

Ni un centavo cae en la cesta de mimbre que tu gran mano tiene suspendida sin esperanza sobre tu pantalón: te volverás malo y un día cometerás un crimen.

Tu cabeza siempre se alza y quiere dejarte, como si desde el comienzo lo supiese, mientras cantas de un modo que se vuelve amenazante.

Te dirá adiós cuando pagues por mí, por los que valen menos que yo. Probablemente para eso viniste al mundo y ayunas desde ahora; te veremos en los periódicos.

¡Oh, pobre cabecita!

(Stéphane Mallarmé)

sábado, 1 de enero de 2011

dermografía

porque la noche llega
como la lenta erosión de los espejos.


ANTONIO QUINTERO HERNÁNDEZ

Erosiva mal pintada
llega cada noche siempre tarde
y vestida se acuesta brega invade
el espacio vital de tu cama
tumbada en expansión
algo ebria de universos
labra surcos de memoria
en tu piel dormida medusa
planta caricias moribundas
y en un sueño lúcido
te hace flor observada
tus cicatrices más fieles
se enroscan entre sus piernas
y con sumo cuidado
de no pisar sus cabellos
te entregas te llevas ahuecas
porque no puedes más
que bailar con ella
hasta caer despierta y despeinada
esférica en esencia

Tú eres un fantasma
y el amanecer
un cadáver sin nombre
te quitas la sábana
y deslumbrada contemplas
el desierto la soledad arrugada
donde su cabeza ya no descansa
temprano se fue mientras dormías
pero ha dejado mensajes en tu cara
en cuerpo y alma rojas marcas
cuñas signos jeroglíficos a fuego
letras y arabescos
cárdenos secretos de vida y muerte

Erosión y espejo
espejismo de Erosiva
te lavas te hidratas estiras
desempolvas la máscara
perfilas con pulso firme de eterna Parca
la impecable expresión
de una felicidad de porcelana.