sobre las sombrías planicies donde la espuma medita,
entre los vientos lóbregos que braman sin descanso
y nada vive en el aire olvidado.
Mas cambia de humor y entonces el viento fiero aúlla,
y el siseo inolvidable de la espuma
se vierte desde la inmensidad del cielo.
¡Ay! Mi hogar
alza su voz en un terrible canto.
¡Vuelve! ¡Oh! ¡Vuelve!
Pero vosotras, almas insignificantes en lánguidas regiones,
jamás distinguiréis aquella llamada.
La sombra purpúrea de la muerte tiñe todo lo gris,
y los que estamos en esas aguas lo sabemos bien,
sabemos que llega y sabemos el motivo,
somos consecuentes, dejamos atrás el dolor.
¡Ay! Su humor vuelve a cambiar,
el mar me acuna sobre hirvientes colinas,
como una madre a su hijo,
así sus fieros miembros me abrazan,
y una voz retumba con poderosas carcajadas,
la gozosa llamada del Poder me rodea.
¡Ay! Toda la grandiosidad del mar
me protege del sacrificio.
¡Ah! Hombres de las tierras melancólicas
alzad vuestros corazones y manos
y clamad que no sois yo;
niños de todos los mares,
que flotáis sobre la espuma de las fuentes,
y la gloria
y la magia de este mundo acuático
al que me arrojaron en mi infancia.
Llorad, pues muero satisfecho;
y las olas braman y se agitan
y los mares grises cantan,
y las blancas colinas se sumergen,
y yo estoy muriendo en todo mi esplendor,
muriendo, muriendo, muriendo.
(William Hope Hodgson)