domingo, 12 de mayo de 2013

el último poema (32): bajo la piel

Leo a Barroeta. Estremece la indiferencia anatomopatológica con la que describe la causa de su propia muerte en el último poema de su último libro, Elegías y olvidos, cuyo título no puede ser más notarial: «Enero, 4.30 a. m.»: «En mi pared bronquial / con arquitectura parcialmente alterada / por neoplasia maligna epitelial / las células se disponen en nidos y cestos / fragmentando el sonoro tejido de la noche». (He pensado muchas veces en escribir un poemario con las descripciones de los informes patológicos, al modo en que Gamoneda transformó el manual farmacológico de Pedacio Dioscórides, traducido por Andrés Laguna, en El libro de los venenos, pero no consigo encontrar los textos adecuados: los patólogos, como casi todo el mundo, cada vez escriben menos, y cada vez escriben peor). También Alejandra Pizarnik dio cuenta de su fin, escribiendo estos versos definitivos en el pizarrón del cuarto donde la hallarían muerta: «No quiero ir / nada más / que hasta el fondo». La muerte es el gran asunto de Barroeta. Preñado de senequismo, la advierte clavada en la carne, ínsita en la vida, y afirma: «Mi vida es un cadáver». Enroscados en los versos aparecen cráneos, sangre, fantasmas; abundan los plantos y las invocaciones a lo roto: espejos rajados, quebraduras, descalabramientos. La muerte ha barrido a las figuras familiares, y su poesía se abandona a una añoranza rabiosa: canta a los padres, a los hermanos, a los abuelos y bisabuelos, como si todos, abrazados por la nada, dibujaran un espacio invulnerable, una heredad inasequible a la destrucción. Sin embargo, la poesía de Barroeta, invadida de perecimiento, no es sombría, sino regocijada. Todos han muerto es un géiser imaginativo y un quermés verbal, y, por ello, también una fiesta de la existencia. «Mi corazón llega a la vida por la carne muerta», escribe en un poema. Las palabras, bullentes, videntes, arrancan a la muerte, la compañera inexorable, de su pedestal de oprobio, y la transforman en pretexto para el sarcasmo y para la música: en justificación de la vida.

(Eduardo Moga: Bajo la piel, los días. 
Calambur, Madrid, 2010)

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