jueves, 7 de julio de 2011

el último poema (29): mi último suspiro

Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero.

Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?

Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.

(Luis Buñuel: Mi último suspiro, fragmento concluyente del capítulo final, titulado: «El canto del cisne».
Estas memorias fueron escritas con la ayuda de su amigo Jean-Claude Carrière a lo largo de dieciocho años.
Se publicaron en 1982, en París, con el título original: Mon dernier soupir. Poco tiempo después, en Ciudad de México, habría de expirar el genio de Calanda, sordo, casi ciego, huraño, releyendo obsesivamente y a duras penas La vejez de Beauvoir; desconectado del arte, la cultura, la sociedad...; imaginando para sus adentros la hilarante película del fin del mundo).

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