viernes, 4 de octubre de 2013

el último poema (34): adiós rosal

—Voilà... C’est tout...

Yo, la verdad, no hice mucho caso al Principito hasta bien talludo. Antes estaba por casa, entre libros infantiles con títulos tontos (hay que admitir que el título, más bien la desafortunada traducción española, perfectamente puede camuflarse entre ejemplares sin enjundia). En fin, no me llamaba la atención. Pero en COU lo mandó el profesor de Literatura (cuando aún había profesores sólo de esta materia, desligada de la Lengua); nos invitó a leerlo de una manera curiosa... Nos dijo: «Os voy a recomendar este libro antes de que lo prohíban en las escuelas por hacer apología del suicidio».

¡Tachán!

El morbo encendido en el adolescente apocalíptico hizo el resto: libro favorito de toda la vida. Mil lecturas. Mil vueltas a su simbología y poética y dibujos. Mil estrellas pintarrajeadas en los márgenes del cuaderno. Una biblioteca de Principitos...

Hoy nos quejamos de que los chavales no leen, y los culpables somos nosotros, los adultos. Hay que buscar la tecla, cambiar de música, provocar... Mi profesor abrió de golpe el vientre del «sombrero» (significante domesticado) y me enseñó el «elefante» (significado salvaje). Y el arte es eso: escuchar atentamente la piel del sombrero hasta sentir el barritar de tus propios elefantes.
Termino con un hallazgo reciente, llamativo (para el adolescente postapocalíptico que ahora soy): la última carta de Antoine de Saint-Exupéry, fechada en 1944, meses antes de desaparecer con su avión en el mar durante una misión de reconocimiento. Sus palabras, dirigidas a un desamor, son las de un hombre roto que ha dejado para siempre de escuchar los sombreros, y que muestra dócil su cansado tobillo a la serpiente del desierto...

«No hay más Principito, hoy día ni jamás. El Principito está muerto o se volvió totalmente escéptico. Un Principito escéptico no es más un Principito. Estoy resentido con usted por estropearlo. No habrá más cartas, teléfono ni señal. No fui prudente ni pensé que arriesgara pena, pero me lastimé en el rosal cogiendo una rosa. El rosal preguntará: ¿Qué importancia tenía para usted? Ninguna, rosal, ninguna. Nada importa en la vida. No hay más vida. Adiós rosal».

2 comentarios:

jonhan dijo...

Es difícil motivar si antes no se está motivado, ahora más que nunca. Pero se agradecen siempre ¡aunque vengan post-algo!

francisco javier casado dijo...

Pues sí, es difícil 'convivir' en el aula cuando día a día te van minando las ganas y no te queda más que 'sobrevivir'. Pero se hace lo que se puede. Y convivir es la esencia de todo esto. Lo demás es política pedagógica de despacho y museo.
Un saludo y gracias por leer, Jonhan.