viernes, 17 de abril de 2015

el último poema (41): suavemente, hacia la puerta de la habitación de mi madre

Ni detallado el informe de nuestras andanzas exploradas
Puedo decir lo vertiginoso del sendero y
Lo inabarcable del tiempo
No puedo decir su duración sin construir la mentira
La visión primera se limita a cerrar compuertas
A soltar amarras silenciosamente.

(Diego Medina: Sólo tierra permanece.
Últimos versos de esta épica sideral de cosmonauta insólito, clandestino. Rugida en 1998. Publicada al borde del cero. Devorada por mí cinco años después; rumiada cada vez que el tedio aturulla, que las ganas ahuecan el ala. Como todo su suculento verbo: espiral de universos; como la memoria de su persona: gigante roja. Diecisiete años después del bramido cósmico, Diego, monosabio nodriza, maestro, amigo, mayor Medina, un aciago 13 de abril, suelta amarras silenciosamente... Descanse, pues, el poeta en su Santa Marina soñada, y viva el eco primordial de su poesía).


domingo, 12 de abril de 2015

los espejos comunicantes

¿Con quién se comunican los espejos
comunicantes?

¿Con qué interlocutor inconcebible?
¿Con qué figura cautiva en el azogue?

De lo que hablan no sabemos nada
De lo que piensan lo ignoramos todo

A veces
cuando me veo reflejado
en un espejo de medio cuerpo
tengo miedo de que me succione
de la cintura para arriba
Mi otra mitad
de la cintura para abajo
saldría huyendo
como un grotesco enano

Anoche
vi que alguien del otro lado
del espejo había escrito:

«El día llegará»

Entonces oí la voz
del cristal que me decía:

Y las imágenes almacenadas
adentro de los espejos
serán vaciadas en la realidad:
sujetos lavándose los dientes
mujeres maquillándose y peinándose
señoras ajustándose el corset
caballeros arreglándose la corbata
jóvenes afeitándose
quinceañeras probándose
el primer sostén
gente mirándose desnuda

Y agregó con tono solemne:

Todos los reflejos de personas
y animales emergerán de los espejos
e invadirán aldeas y ciudades

Será el día de la confusión universal
el día en que nadie podrá distinguir
entre los objetos y sus íconos
entre los seres vivos y su imagen
entre los nombres y las cosas

Y después será el fin del mundo

Así habló el espejo comunicante
y estalló en mil pedazos

(Óscar  Hahn: Los espejos comunicantes.
Visor, 2015)

viernes, 10 de abril de 2015

«le escribo de un país lejano»

I 
Aquí –dice ella– sólo tenemos un sol al mes y por poco tiempo. Nos frotamos los ojos varios días antes. En vano. Tiempo inexorable. El sol no llega hasta su hora.

Después son miles de cosas por hacer mientras haya luz, de modo que apenas tenemos tiempo de mirarnos un poco.

Para nosotras lo molesto de la oscuridad es tener que trabajar, y hay que hacerlo: nacen enanos continuamente.

II
Cuando se va por el campo –le confiesa– a veces aparecen en el camino unas masas enormes. Son montañas y, tarde o temprano, hay que empezar a doblar las rodillas. No sirve de nada resistir, no se podría seguir adelante, ni siquiera haciéndose daño.

Esto no lo digo para herir. Podría decir otras cosas si realmente quisiera herir.

III 
Aquí la aurora es gris –añade– y no siempre fue así. No sabemos a quién culpar.

Por la noche, el ganado lanza grandes mugidos, largos y al final aflautados. Nos da pena, ¿pero qué hacer?

Nos envuelve el olor de los eucaliptos: bienestar, serenidad; pero el mero aroma no puede protegernos de todo, ¿o piensa usted que realmente nos pueda proteger?

IV 
Añado una palabra más, mejor una pregunta.

¿Corre también el agua en su país? (No recuerdo si me lo dijo). Y, si es la misma, ¿también provoca escalofríos?

¿Que si me gusta? No lo sé. Una se siente tan sola dentro cuando está fría. Es muy diferente cuando está tibia. Entonces, ¿cómo juzgar? ¿Cómo juzgan ustedes, dígame, cuando hablan de ella sin disimulo, a corazón abierto?

V 
Le escribo desde el fin del mundo. Debe usted saberlo. A menudo los árboles tiemblan. Recogemos las hojas. Tienen una cantidad enorme de nervaduras. ¿Para qué? Ya no queda nada entre ellas y el árbol. Nosotras, molestas, nos dispersamos.

¿No podría continuar la vida en la tierra sin viento? ¿O es que todo tiene que temblar siempre, siempre?

También hay movimientos subterráneos, y en la casa una especie de cólera que aparece delante de ti, como seres adustos que quisieran arrancar confesiones.

No se ve nada, salvo aquello que importa poco ver. Nada, y sin embargo temblamos. ¿Por qué?

VI 
Aquí todas vivimos con un nudo en la garganta. ¿Sabe usted que, aunque soy muy joven, antaño fui todavía más joven? Al igual que mis compañeras. ¿Qué sentido tiene? Seguro que hay algo espantoso en ello.

Y en ese tiempo cuando, como ya le he dicho, éramos aún más jóvenes, teníamos miedo. Hubieran podido aprovecharse de nuestra confusión. Hubieran podido decirnos: «Ya está, os enterramos. El momento ha llegado». Y nosotras pensando: «Es verdad, podrían enterrarnos perfectamente esta noche, si se demuestra que ha llegado el momento».

Y sin atrevernos a correr demasiado: jadeantes, sin poder dar un paso más, ante la fosa preparada, sin aliento, sin tiempo para decir una palabra.

Dígame, ¿cuál es el secreto de todo esto?

VII 
En el pueblo –sigue diciendo– continuamente hay leones que se pasean tan tranquilos. Si no les hacemos caso, ellos no reparan en nosotras.

Pero si ven a correr a una muchacha delante de ellos, no perdonan su sobresalto, ¡qué va!, y la devoran al instante.

Es por eso que pasean constantemente por el pueblo, donde nada tiene que hacer, pues bostezarían igual en otra parte. ¿No es evidente?

VIII 
Desde hace mucho, mucho tiempo –le confiesa– estamos en pugna con el mar.

En muy raras ocasiones azul, tranquilo, parece contento. Pero eso dura poco. El resto del tiempo su olor lo delata: un olor a podrido (o a amargura).

Aquí tendría que explicar lo de las olas. Es tremendamente complicado, y el mar... Se lo ruego, confíe en mí. ¿Por qué iba yo a engañarle? El mar no es sólo una palabra. El mar no es sólo un temor. Existe, se lo juro; lo vemos todo el rato.

¿Quién? Pues nosotras, nosotras lo vemos. Llega de muy lejos para molestarnos y asustarnos.

Cuando usted venga, lo verá personalmente, se quedará alucinado. «¡Caray!», dirá usted, porque el mar asombra.

Juntos lo contemplaremos. Estoy segura de que ya no tendré miedo. Dígame, ¿ocurrirá alguna vez?

 IX
No le quiero dejar con una duda –añade–, con una falta de confianza. Quiero volver a hablarle del mar, de su carácter vacilante. Los ríos avanzan, pero no el mar. Escuche, no se enoje, juro que no intento engañarle. Él es así. Por muy agitado que esté, se detiene ante un poco de arena. Es un gran indeciso. Querría avanzar, seguro, pero la cosa es así.

Tal vez más tarde, algún día, el mar avanzará.

X
«Estamos, como nunca, rodeadas de hormigas», dice su carta. Inquietas, pecho a tierra, empujan el polvo. No se interesan en nosotras.

Ninguna alza la cabeza.

Es la sociedad más cerrada que existe, aunque en constante expansión. Poco les importan los proyectos de futuro, las preocupaciones... Las hormigas están entre hormigas, en cualquier parte.

Y hasta ahora ninguna se ha vuelto a mirarnos. Antes se haría aplastar.

 XI 
Ella le escribe:

«No se imagina todo lo que hay en el cielo, tiene usted que verlo para creerlo. Allá están las...; pero no quisiera decirle su nombre tan pronto».

A pesar de su enorme apariencia, pues abarcan casi todo el cielo, no son más pesadas que un recién nacido.

Las llamamos nubes.

Es cierto que les sale agua, pero nunca por exprimirlas ni por triturarlas. Sería inútil, tienen muy poca.

Pero, a fuerza de abarcar anchuras y anchuras, larguras y larguras, profundidades y profundidades, llegan, a fuerza de hincharse, a soltar algunas gotitas de agua. Sí, de agua. Y quedamos hermosamente mojadas. Corremos furiosas por haber sido sorprendidas, pues nadie conoce el momento en que arrojarán sus gotas. A veces pasan días enteros sin soltarlas y sería en vano quedarse en casa esperando.

XII
La educación de los escalofríos no se imparte bien en este país. Ignoramos las verdaderas reglas y cuando el suceso ocurre nos pilla desprevenidas.

Es el Tiempo, por supuesto. (¿Es igual entre ustedes?). Bastaría con llegar antes que él –usted me entiende–, apenas un poquito antes. ¿Conoce el cuento de la pulga en el cajón? Por supuesto que sí, ¡y de veras es cierto! No sé qué más decir. En fin, ¿cuándo nos veremos?

(Henri Michaux)

sábado, 21 de marzo de 2015

canción para ishtar

La luna es una cerda
que gruñe en mi garganta
Su intenso resplandor me atraviesa
y brilla el barro de mi hondonada
y estalla en burbujas de plata

Es una cerda
y yo puerca y poeta

Cuando blancos sus labios abre
para devorarme yo también la muerdo
y rompe a reír la luna

En la noche del deseo
nos revolcamos y gruñimos, gruñimos
y resplandecemos

(Denise Levertov)

domingo, 8 de marzo de 2015

día de la mujer

Nada de Día de la mujer «trabajadora», listillos; por favor, no desvíen la atención, santos varones perdonavidas, guardianes del patriarcado cavernario, viejos y nuevos machos condescendientes en busca del bramido cómplice... DÍA DE LA MUJER, así, sin epítetos tramposos. Sin cinismos de distracción. Sin palmaditas en la espalda. Sin fotitos en el cole de mamás trabajando... Porque la mujer sí que ha trabajado toda la maldita vida: por siglos y siglos para el hombre, como posesión de éste, deslomada y machacada, sin ser siquiera considerada «persona» (en el mejor de los casos, un frágil y bonito animal de compañía). Y esto es así de crudo. No hay que olvidar. No nos engañemos. No es un día para festejar que la mujer es mujer (?) o que, por fin, ha alcanzado el derecho a la alienación, la explotación, la precariedad y el paro (y la desigualdad laboral). No. Es un día (son todos los días) para reivindicar la lucha, para sembrar la duda y el pánico entre la falocracia; para remover conciencias anquilosadas, conductas y mentiras aprendidas, estereotipos interesados, prejuicios, ideas enraizadas en nuestra psique y cultura, sustratos de babas sobre babas sobre babas rancias y aún pegajosas; para denunciar, exaltar, avivar, lamentar, prender espíritu crítico, autocriticar...; para reflexionar sobre masculinidad y femineidad, feminicidio, identidad, sexismo y sexualidad, belleza, violencia, acoso, cosificación, publicidad y medios, poder y control, injusticia y equidad, esquizofrenia de Virgen María, coeducación, crianza, roles, familia, lenguaje, culpa...; para recordar a las que pelearon y murieron y vivieron a muerte, y las que pelean jugándose la vida y las que viven muertas en vida; para dinamitar los gigantescos pilares invisibles (los descarados son sólo la punta) sobre los que se asienta esta sociedad que apesta a pis de verraco y cabrón; para arrojarse juntos bajo los cascos de los caballos una y otra vez, si es necesario; y, sobre todo, para continuar con los ojos bien abiertos y las tijeras de castrar siempre a mano, porque todo lo conquistado se antoja insuficiente en mitad del primitivo mar de testosterona e ignorancia y, de golpe y porrazo, puede desaparecer como isla borrada del mapa. Por tanto, feroz día a día de la mujer y punto (y seguido).

sábado, 28 de febrero de 2015

spock

Spock, qué terror ingrávido
alimenta al Universo,
qué orbitales sofismas
o axiomas estelares
regularon los interminables
surtidores galácticos,
qué Peloponeso extraplanetario
circunda el cósmico abismo,
qué espiral o qué principio
explica la historia
primordial de los cráteres.

Vulcanianos motivos
inspiran este interestelar poema,
una retorcida bitácora
de astrales metáforas,
una lírica de protones
de virtuales ficciones,
una metafísica de láseres
jamás nunca para nada terrestres,
una égloga de agujeros negros
con versos-asteroides fecundando
las evanescentes páginas de mi galaxia
o supernovas arrítmicas
fluyendo de la desintegración
de un quásar de la literatura nuclear,
una hermenéutica, al fin,
a la velocidad de la luz
creada para destruirse automáticamente
arrebatada por un cometa gigantesco;
no propongo biblias siderales
ni plutonianas exégesis
cargadas de hipótesis atmosféricas,
sólo saber qué constelación me pertenece,
qué nebulosa se expande
entre los límites celestes
de mi cosmogónico cuerpo astral.

¿Por qué me siento tan solo
entre millones de enanas blancas
a evos de iridiscente distancia?
¿Por qué mi rumbo discrepa
de la elipse primigenia
que nutre a base de cúmulos estelares
el kármico zodiaco?
¿Po qué, subyugado al sistema tolomeico,
la dictadura absoluta de los cometas,
la heliocéntrica monarquía solar,
persisto en la invariable efervescencia
contra la Ciencia al afirmar
que no es infinito el espacio,
sino las alucinaciones fotométricas
de un Mercurio radioactivo
o de un miedo de elipses azules
estallando positrones
y éter de nostalgia vertiginosa?
¿Por qué mi piel es cromosfera
abandonada a la fluorescente inercia
de la gravedad cero?
¿Por qué no soy un astro
errando por siempre
sobre la concupiscencia
de un novilunio eterno
apagado por los siglos
de lunáticos anhelos
o un Copérnico asaltante
atravesando ruidosamente
en estéreo con los graves muy altos
las dunas marcianas
o las astronómicas junglas de electrones
sobre un Neptuno inexorablemente frondoso
de hidrocarburo hiriente?
¿Por qué conformarme con ser satélite
sin derrumbar los onomásticos versículos
de la estrella triple de Cáncer
y evitar así un nuevo cataclismo
de geocéntrica masacre
y espectrográfico asombro
ante mi individuo,
Titán del Universo,
centro pluridimensional
del observatorio de mi espíritu?
¿Por qué no follarme a la Osa Mayor,
a la Menor, a Orión,
por qué no follarme
a todas las constelaciones
bajo un plenilunio exacto,
milagroso, orgánico,
ascético, atómico,
perverso, aniquilador
mientras el hidrógeno
nos envuelve
y la Nada nos engulle
en un último acto
de desbaratarlo todo
conmigo en el mismo centro?
¿Por qué me siento tan solo?
Me pregunto nuevamente
si yo soy la galaxia,
una galaxia sin meridianos
atroz sin límite acaso,
sacudido de Gigantes Rojas
el núcleo neurálgico del abismo,
prendida de la inflorescencia de Andrómeda
o del dolor confundido de Casiopea,
sepultado tras la alambrada glacial
de cenizas de helio.
colonizadas por imaginarios cohetes
cuchillos de la bóveda estelar
que proponen submarinas factorías espaciales
en los océanos venenosos de la Luna,
una galaxia tan espesa
que ni desgarradoras radioondas
ni sondas maravillosas
descubren el horror sideral
que contienen acumulaciones
globulares de su materia.

Pero sigo sin entenderte,
sigo sintiéndome solo
por mucha corona boreal
que me ofrezca
y por mucha cosmonave
que me orbite,
Spock,
por qué me siento tan cansado
si mi edad no es comparable a nada,
por qué soy un microcosmos levitando
en la soledad del Universo
si no es palpable la tristeza de Erídano
o el rostro rabioso irascible
magnético de un replicante
ansioso de alma,
de geoestacionaria raíz umbilical,
una robótica crisis en la mecánica
del puente interestelar
de una nave nodriza arrolladora
perdida por siempre
en una nebulosa oscura
que no es otra cosa
que mi existencia ardiendo
en devoradoras grietas venusianas
convirtiendo en vértigo el silencio
de la termosférica armadura del vacío.

Qué terrible visión la del cosmos,
qué fantasmal firmamento
se yergue sin ser intacto,
multiplicado de púlsares parpadeantes,
retorcidos campos gravitatorios,
Antares a años-luz de Centauro,
una cúpula diluviada
de incandescentes espículas
o grabo ígneo desatado
en tormentas radioactivas,
qué magnética energía,
qué dínamo primigenia
no comprendida por ilusos radiotelescopios
descarga el movimiento de iones
y erupciones ciclópeas
desafiando al horror vacui del cielo
con laberintos astronáuticos
y difractantes vías lácteas.

Spock,
aún espero una respuesta,
cibernéticas ingenierías
mutilan la magia de Acuario,
Sirio B es una isla o un paraíso,
fluidos electromagnéticos forman parte ya
de la mitología del Universo,
alunizajes con rayos X
en Anaxímenes no son
imposibles épicas de neutrones,
estrellas fugaces termonucleares
no conceden ya deseos a nadie
ni es admirado el cuarto menguante,
ni son abstractas
las coreografías de androides,
ya no hay nada sagrado
en las centrífugas declinaciones
de las selenológicas espirales,
ni en las plúmbeas rotaciones de satélites,
ni en la espectral niebla
de la muerte del polvo meteórico,
y yo me siento solo,
solo de protoplasma milenario
a meses sidónicos
no calculados por clepsidras,
porque mi soledad es ultravioleta
y no hay planos paralelos
que me identifiquen
con otras galaxias
y la radiación de mi dolor,
Spock,
reside justamente
en la nunca oblicua clarividencia
de que no soy el cenit
de ninguna constelación
y de que no existe epicentro en mí
sobre el que orbitar
toda la rabia que me compone.

(Sergio R. Franco: Spock.
Árbol de Poe, Perdurable Materia Nº 10, Málaga, 1998. Viñeta de Sergio E. Robles)

sábado, 21 de febrero de 2015

shadow of the beast


I
Sobre el espejo que nos ve, la bestia escribe la canción de engranajes que unen el cielo y el infierno. Los niños adoran las trampas mortales. El brutal aplastamiento, la maza cruel, el zarpazo violento. Si caes
                    no sales. Es la aniquilación total del ser un juego de chiquillos solares para domingos lluviosos. Las mutilaciones no hacen tanta gracia; cola de lagartija, tal vez. Los invitados tienen sueño. Papá tose desde dentro. Cesó la música y nadie enciende la luz. El espejo vibra con cada punto de fuga. Dos puntos. Tres... Lord Maletoth abusa de los puntos suspensivos como un poeta menor buscando la vena de la metáfora. Monótona melodía de tinta y piel. En Karamoon tejen, a ciegas y sin convenios, sedosas mortajas con alas. La mañana sorprende a las sombras ensimismadas...

II
Las doce en el reloj: el baile caótico de la infancia llega a su fin: las caretas van cayendo y ruedan por la pista: los invitados se llevan las manos al rostro y corren tras las columnas, a ocultarse, como último y vano intento por permanecer en el calor de la fantasía
                       Es tarde. Recelosos y desnudos volvemos al centro del salón para descubrir, entre risas nerviosas y suspiros de alivio, que no nos conocemos. Que siempre fuimos extraños en un mundo asombroso. Que el pasado es un álbum de recuerdos alucinantes. Que las prendas de la ficción disfrazan ahora nuestros huesos. Que la realidad es sueño y mascarada y desorden. Que el baile no ha hecho más que comenzar...

III
Sobre el espejo que nos ve, Aarbron afila sus agujas. Al son de música de tachón romperá la Ley, el género, el collar y la persona. La magia y el deseo. Hará caer a todos los ángeles, encantados, por el acantilado celestial. Mascando las llamas, con argamasa de trauma, sellará el cráter. Trampa mortal, locos los niños aplauden. Engañará con un alma de palo de lluvia al mismísimo Diablo, que se atragantará, que barritará, que morirá ahogado en su propia tiniebla (eras
más que una sombra, menos que un hombre; eres la sombra de lo que eres, no le des más vueltas; serás el sombrajo de tu sombra, a tientas
            La antimúsica licuará la Gran Mente y diluviará tatuada en el origen. Hemorragia de metáforas o aniquilación literal. Tiembla ternura. Bailad. Seguid bailando el silencio de las cuevas de cristal, bailad quietos de atar. Sobre los añicos de la ausencia que nos mira, la bestia afila el punto final
                           (mi sombra soy yo
    y todas las sombras
que escalan tu frío