sábado, 27 de febrero de 2010

el gorrión y el fondo del mar


Cuenta la Lengua Infinita que vivió una vez en mi mente un rey con cabeza de gorrión caído. En la melancolía del pájaro pensante buceaba una tembladera que en lugar de sombra tenía dudas. La sombra de este pez de los abismos había naufragado en un punto entre las estrellas de la constelación del verbo ahogar. Durante años, compartió agua y luz con un deseo reprimido llamado Arruga en la Falda. Su reino era pequeño, ojeroso y de huesos de cereza; pero cada noche imaginaban una cosa sexual saliendo de la tarta. En el acantilado de leche de loba, donde florecen la nomeolvides y el olvido, construyeron un balcón de piedra para conjugar cada noche su triste tonada: yo ahogo, tú ahogas, él ahoga, nosotros… Y llegaron guerras civiles y hambrunas con ojos de juez que dictaron sentencia: el verbo será reflexivo o no será. En ese instante se apagó el corazón eléctrico de la abisal tembladera. Su sombra escuchó una explosión en la lejanía de las trincheras cósmicas y rezó por la Arruga de su alma. Los olvidos y nomeolvides se marchitaron bajo el balcón vacío, mientras la leche de loba rompía y rompía contra los peñascos sin nadie que rompiese su silencio nupcial. Sólo un gorrión coronado de cirros y bocanadas de arsénico se asomó a la balaustrada una tarde, décadas, siglos después, cuando ya todo era fondo de mar, y a punto de sentir el precipicio pió: yo me ahogo.

Y con él todos nos ahogamos; y colorín colorado, este cuento se

(De Chatarra de niño muerto, 2008)

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