viernes, 28 de mayo de 2010

con el corazón en cueros


Todos los imbéciles de la Burguesía que pronuncian continuamente las palabras: «inmoral, inmoralidad, moralidad en el arte» y otras idioteces semejantes, me llevan a pensar en Louise Villedieu, puta de a cinco francos que, un día que me acompañaba al Louvre, donde no había ido nunca, se puso roja y se cubrió la cara, mientras me tiraba constantemente de la manga y me decía, ante estatuas y cuadros inmortales, que cómo se podían exhibir públicamente semejantes indecencias.

(Charles Baudelaire)

viernes, 21 de mayo de 2010

acto comunicativo #4

Valmiki III el Lingüista baja a la mazmorra en donde se halla, cautivo de nacimiento, el salvaje sin nombre, ni palabra ni más signo que la barba de su sombra. Alumbrados por dos, tres antorchas, el monarca planta en el suelo una gran ruleta cromática, y la hace girar. Gira, gira y gira creando el espectro sombrío de los colores. A continuación, con el índice toca el ceño del bruto pronunciando un grave, seco y bárbaro «yo». Yo. Gira y gira y el sueño muerde los ojos del enmarañado ser, quien inventa el cinematógrafo para nadar entre las nubes como dragón, alimenta gusanos de seda en una caja, juega a canicas en la tierra, se llena los bolsillos de ramas y piedras, atraviesa a caballo un campo de batalla blandiendo la espada contra el atardecer, prueba la sangre, la flema, la cólera, soporta el estallido de su corazón, pisa la luna, dibuja las estrellas y las llama, estudia maneras de frenar el óxido y las hormigas, fracasa mil veces y una noche triunfa, con lupa observa manchas solares, muerde las nalgas de una venus renacentista, siente la caída de la cascada sobre el lejano oriente de su coronilla, ofrece sus papilas y pupilas en sacrificio a dioses paganos, clasifica los pájaros por su canto, decora templos antediluvianos con monos azules y manos, gira, poliniza una selva tropical, cae en espiral, derrite los polos, cae, sintetiza la luz de un poema, cae cae cae por la garganta del sueño cae
(Despierta y es el taciturno rey de un país lluvioso

sábado, 15 de mayo de 2010

música bruja


si después de todo sólo las brujas
te devolverán el gesto amable
de desollar viva a la blanca niña en aquelarre
de egos enanos
poéticos macabros decrépitos
abre
tus ojos al mal
imagina la verdad
caperuza de tinieblas
vuela esta noche con las brujas
dibuja notas musicales arañando
el corazón del diablo

si al fin las brujas
son las únicas
que saben leer con beleño en tu mente
durmiente orgía mágica
la prostituta partitura de la simiente

si después de todo desapareces
en la mirada pantera de la madrastra
más bella más bruja
más vieja más sabia que la luna
y si el espejo
ahora en tu mano esquelética refleja
el verbo nieva
y no significa nada
y nievas y nievas y nievas
sobre tu cuerpo nuevo
y la perfección
oh la perfección
virgen santa de la extraña entraña
luciferino divino del alba
sufurino el monje y marta marta
la que los montes salta
ya no es tan frágil la perfección
como el éxtasis de no sentir frío ni calor
y el infierno azar con malas artes
en un parpadeo se congela
vuela
vuela
con la música a otra parte

viernes, 7 de mayo de 2010

el último poema (20): la victoria alada de evelyn


No importa el antes ni el después. No importa quién: Evelyn McHale, por ejemplo, de 23 años; ni cuándo: primavera del 47; ni el porqué (tachado en su última nota antes de saltar): «Él está mucho mejor sin mí... Yo no podría ser una buena esposa para nadie»; ni desde dónde: mirador del Empire State Building, planta 86; ni cómo: niebla a través, contra el techo de una limusina de las Naciones Unidas aparcada en la acera. El impacto sonó igual que una explosión. Pocos minutos después, el estudiante de fotografía Robert Wiles se acercó y capturó el instante. (Clic).

El momento. Eso es lo que importa. No la verdad o la mentira. Ni Wiles, turista accidental de la inspiración. Ni la revista Life, donde fue publicada la fotografía semanas más tarde, con la leyenda melodramática exigida por el suceso. Ni Warhol, que multiplicó —cómo no— a la joven en una serie azulona titulada Suicide (Fallen Body). No importa nada. Es arte moderno. Los futuristas se equivocaban con la Victoria de Samotracia. Lo que hace a la diosa sublime, reduciendo el automóvil de carreras a chatarra (justo como McHale con la limusina), es la imagen ausente de su rostro, el cabello sin coronilla ni cuero ni sombra, la mirada invisible; sus brazos mutilados con que abarca la imaginación del espectador. La imaginación sí es moderna (y la muerte de la imaginación, posmodernidad sobre ruedas). No creo en nada, pero es mi nada.

¿Y cómo mirar a unos ojos que nos observan desde la nada? ¿Qué semblante podría completar con armonía la gloria y hermosura de ese cuerpo erguido contra el vendaval del tiempo? Aquí y ahora se te ocurre la cara de Evelyn hundida en el hierro: serena en el estruendo de la muerte. ¿Y qué brazos? Entre cristales, con guantes blancos, los puños cerrados: uno se estira creando espacio para acomodarse en el útero metálico; el otro, cerca del cuello, parece juguetear con un rosario de misterios. ¿Y las alas? Ésas que a la suicida le faltaron en el vacío, Niké se las brinda en su naufragio para el victorioso sueño de la inmortalidad estrellada. (Quid pro quo).

Escribió Rilke: «Cuando un árbol florece, la muerte florece en él tanto como la vida». Del mismo modo, hay árboles que en su caída nos enseñan a florecer; y hay extrañas flores que brotan del tronco hendido en las que intuimos la eternidad. Y la eternidad, aquí y ahora, es un momento. Y ya sólo importa que navegando has encontrado en una isla (virtual Samotracia) esta imagen en blanco y negro, y únicamente puedes pensar que es un montaje fotográfico, un truco de ilusionista, manipulación morbosa, literatura, porque eres incapaz de explicar tanta belleza en un instante de horror.

Un truco de magia. Sí. Retorcimiento trágico, manipulación, escultura. Por supuesto. Literatura. Arte. Realidad y deseo, vida y muerte. (Entremedias: un clic de poesía).

martes, 4 de mayo de 2010

la chiflada del paraguas


Aún recuerdo aquel paraguas
Que llovía por dentro.
Un paraguas que mojaba a quien lo usaba.

En los días soleados
Tú te ibas al centro.
Y la gente que pasaba te miraba.

Y fue entonces cuando me paré
A observar a la chiflada del paraguas.
Nadie terminaba de entender,
Y hubo una señora que gritó:
¡Enciérrenla!

Te escondí tras una esquina,
Cerraste aquel trasto,
Y nos fuimos sin preguntas a mi casa.

Y ahora llueve y caigo enfermo.
No salgo ni falta.
Solo veo agua caer sobre tu cara.

Y fue entonces cuando te busqué,
¿Vio usted a la chiflada del paraguas?
Nadie terminaba de entender,
Y hubo una señora que gritó:
¡Enciérrenlo!

(Julio de la Rosa)

domingo, 2 de mayo de 2010

acto comunicativo #3

Muerto de vergüenza en la banqueta de los acusados, ante un juez escorpión de aguja estilográfica, un jurado popular selecto de clubes nocturnos de lectura rápida existencialista y un auditorio lleno de, básicamente, coleccionistas de artilugios de tortura de la Inquisición, niños probeta y madres viudas negras; a duras penas defendido por un marsupial ciego en pleno trance glosolálico sin intérprete; embrollado en el lenguaje de símbolos natural de una cultura alienígena, aturdido por drogas de la verdad plomiza e innombrable, torturado hasta el olvido, turbio, la mirada perdida en el tembleque de sus manos, amedrentado, el señor Valmiki se declara a sí mismo culpable culpable culpable —piensa él dentro de su nubarrón— de dudar; porque su duda, aun inconsciente, sigue mordisqueando en el qué crimen, cómo, cuándo, dónde, y hasta ahora sólo ha llegado a engullir ciertos huesecillos cartilaginosos: pistas insípidas sobre el porqué y quién: un tal K., que según la acusación fiscal: «ha hablado mal de usted». (El público abre cierra abre cierra sus paraguas en señal de indignación y pide, gritando en el cielo, la pena máxima