jueves, 31 de mayo de 2012

del tacto fervoroso

DESASIMIENTO

MI corazón de farsante
dio ya todo lo que es dable.

Me queda: la úlcera roja
de mi pensamiento.

La úlcera verde
de mi sensibilidad remota.
Un espejo.
Mi vida de siempre.

Lo que doy, si alguien lo quiere.

(Juan José Domenchina)

de neurastenia

UNA VOZ

(LA taquicardia martillea
—remedo agónico de vida.
En el garrote, la disnea
apaña el dogal homicida).

—Amigo, es hora de ser fuerte.
Es hora de claudicar.
No hay más dios —¡dilo!— que la muerte
—descomponerse, descansar.

Pero si no tienes el ánimo
propicio a tal desasimiento...
Espera de Dios, que es magnánimo,
la eternidad del sufrimiento.

(Juan José Domenchina)

sábado, 19 de mayo de 2012

autorretrato

Soy una mano. La mano es un instrumento. Soy, por lo tanto, un instrumento. Un instrumento para exteriorizar y captar las emociones (no soy, pues, un instrumento de trabajo). En la palma de mi alma están incisas las líneas de la vida. de vez en cuando me sitúo delante de un espejo y leo esas líneas. Hace tiempo que esta actividad perdió para mi el componente narcisista ansioso. Soy una víctima del tactilismo. Tengo demasiadas zonas erógenas para un solo cuerpo. Nunca trabajo, y sin embargo, mis dedos se mueven continuamente, incluso cuando duermo. Se contraen, se abren, se entrecruzan y en ocasiones cambian de lugar. De cuando en cuando se esfuerzan por decir algo a los sordomudos que les circundan. Lo más a menudo en vano. Nadie quiere comprender el lenguaje de los signos, el lenguaje no verbal, que sin embargo es el único lenguaje capaz de expresar la polisemia de las cosas y los hechos, pues brota de las fuentes inextinguibles de la imaginación. Para nuestra civilización es una lengua de incivilizados, de psicópatas e inválidos, ya que no se puede sacar partido económico de ella.

Soy una mano con seis dedos palmeados. En lugar de uñas tengo pequeñas lenguas puntiagudas y glotonas con las que lamo el mundo.

(Jan Švankmajer: Para ver, cierra los ojos.
Pepitas de calabaza ed.,  2012)

lunes, 14 de mayo de 2012

punto de referencia

No a la arena y a su soltura
no a los pies dispuestos a la persecución
no a un techo más cálido que otro
no a la noche perforada detrás de la oreja
no a los guijarros heroicos a las capas de polvo
no a la llamada de oro adulterado de las dudas
no a los adioses a las mentiras a las reconciliaciones
a todo lo que no sea asegurarme
que ni tú ni yo hemos existido nunca

(Juan Larrea)

la que concibe mis esperanzas

Pobre animal su lengua no llegará nunca a disipar la niebla
está sin acabar como una iglesia
está ahuecada y triste
sus ojos vacíos pesan menos que sus tinieblas
su única mariposa es la superficie de su leche

(Juan Larrea)

jueves, 3 de mayo de 2012

el monstruo de la escalera

Me topé con un monstruo en la escalera. Sus dificultades para subirla hacían, al mirarlo, un daño atroz.

Y no obstante sus muslos eran formidables. Hasta se podría decir que era todo muslos. Dos ponderosos muslos encima de patas de plantígrado.

La parte superior no la vi distintamente. Bocas menudas de sombra, ¿de sombra o de...? Ni cuerpo tenía en realidad el monstruo, excepto ese conjunto de zonas mollares y confuso trasudor que basta para tentar al sexo soñador de algún varón ocioso. Pero acaso no se trataba de esto en absoluto, y el enorme monstruo, probablemente hermafrodita, subía —desdichado, aplastado y bestial— una escalera que sin duda no le llevaría a ninguna parte. (Aunque me dio la impresión de que no había emprendido la ascensión por unos pocos escaloncitos).

Su aspecto desazonaba, y de seguro no era buena señal topar con semejante monstruo.

De que era inmundo uno se percataba enseguida. ¿Por qué? No sabría decirlo.

Parecía llevar en su bulto indefinido lagos, lagos pequeñísimos, ¿o bien eran párpados, inmensos párpados?

(Henri Michaux: Adversidades, exorcismos)