sábado, 13 de abril de 2013

¿por qué lee esta señora a nostradamus hoy?

Esa señora es un Lamed Wufnik. Ella, por supuesto, no lo sabe. De hecho, nunca antes había leído un libro; proviene de una tierra desalmada cuya extraña fruta fue una generación torcida; una mísera generación devastada, aniquilada, arrasada por la vida diurna y el qué cocinaré mañana, Dios mío, qué. Su cultura literaria se limita, es triste, a los raquíticos cuentos que su nieta colorea en la tableta, a la mitología de seres impronunciables que balbucea su otro nieto, «el rubio»; a las canciones ruidosas que escuchaba su hija para no escucharla, al recetario y la lista de la compra llena de palitos y faltas. Nunca. Nunca ha tocado un libro. Nunca. Esa señora. Un Lamed Wufnik. Pilar secreto de la humanidad. Semianalfabeta. Pero, últimamente, ha tenido sueños raros. Sueños apocalípticos. Vacas amarillas, lentas en el fondo del mar, con tentáculos en lugar de patas; lunas sangrantes, lluvia de batracios y tornillos, ángeles con sexo de mosca y libélulas gigantes libando la metálica flor del destino. Sueños sudorosos. De un tiempo a esta parte. Entonces hoy, tras dejar a sus nietos en el colegio, nuestra señora-Lamed Wufnik ha pasado por un puesto callejero de libros mordidos y el vendedor, un barbas misterioso, le ha espetado: «¡Señora, compre toda la magia de este mundo, y parte del extranjero, por solo un euro! ¡Señora, un euro por el mundo entero!». A ella le ha parecido una oportunidad, el vago comienzo de algo, una «epifanía» incluso, si tuviera más vocabulario. Quizá en esos tomos bárbaros encuentre respuestas a sus sueños. Y ha escogido, claro, el título más eufónico en su humilde cosmos, con el que el alma le ha hecho tilín; uno sobre un tal «NOSTRADAMUS», claro que sí, en poderosas mayúsculas eclipsando el resto. Ahí están, fijo, todas las llaves del universo (y no sabe que ella misma es llave y cerradura y puerta y palacio de sueños). Y se lanza a la lectura. Y la señora-Lamed Wufnik ahora no puede parar de leer. Y su sed intelectual despierta de manera asombrosa. Se convierte en una «leona» voraz, indómita. Hasta apaga, un buen día, la tele. Y roba a su nieta la tableta. Y la deriva pensante la lleva, inexorablemente, a la red, donde investiga en pos de referencias bibliográficas (¿cómo he podido vivir en la cueva tantos años, Platón mío?). Y tecleará en Google palabras clave que abrirán el laberinto. Y viajará a través de hondas verdades enmascaradas y mentiras con humana piel de realidad. Y al fin llegará a este blog, verá su foto, se reconocerá sorprendida con su libro de Nostradamus en las manos (¡qué fatua era yo en los comienzos!); leerá muy atenta esta entrada, su entrada: «Esa señora es un Lamed Wufnik...». Y la señora-Lamed Wufnik buscará qué diablos es un «Lamed Wufnik» (¿quién soy yo?). Y será el Fin.

viernes, 5 de abril de 2013

la balada de las hojas más altas


A Enrique González Martínez

Nos mecemos suavemente en lo alto de los tilos de la carretera blanca. Nos mecemos levemente por sobre la caravana de los que parten y los que retornan. Unos van riendo y festejando, otros caminan en silencio. Peregrinos y mercaderes, juglares y leprosos, judíos y hombres de guerra: pasan con premura y hasta nosotros llega a veces su canción.

Hablan de sus cuitas de todos los días, y sus cuitas podrían acabarse con sólo un puñado de doblones o un milagro de Nuestra Señora de Rocamador. No son bellas sus desventuras. Nada saben, los afanosos, de las matinales sinfonías en rosa y perla; del sedante añil de cielo, en el mediodía; de las tonalidades sorprendentes de las puestas del sol, cuando los lujuriosos carmesíes y los cinabrios opulentos se disuelven en cobaltos desvaídos y en el verde ultraterrestre en que se hastían los monstruos marinos de Böcklin.

En la región superior, por sobre sus trabajos y anhelos, el viento de la tarde nos mece levemente.

(Julio Torri: Ensayos y poemas. 1917)

la conquista de la luna


... Luna,
Tú nos das el ejemplo
De la actitud mejor...

Después de establecer un servicio de viajes de ida y vuelta a la Luna, de aprovechar las excelencias de su clima para la curación de los sanguíneos, y de publicar bajo el patronato de la Smithosonian Institution la poesía popular de los lunáticos (Les Complaintes de Laforgue, tal vez) los habitantes de la Tierra emprendieron la conquista del satélite, polo de las más nobles y vagas displicencias.

La guerra fue breve. Los lunáticos, seres los más suaves, no opusieron resistencia. Sin discusiones en café, sin ediciones extraordinarias de El matiz imperceptible, se dejaron gobernar de los terrestres. Los cuales, a fuer de vencedores, padecieron la ilusión óptica de rigor —clási­ca en los tratados de Físico-Historia— y se pusieron a imitar las modas y usanzas de los vencidos. Por Francia comenzó tal imitación, como adivinaréis.

Todo el mundo se dio a las elegancias opacas y silenciosas. Los tísicos eran muy solicitados en sociedad, y los moribundos decían frases excelentes. Hasta las señoras conversaban intrincadamente, y los reglamentos de policía y buen gobierno estaban escritos en estilo tan elaborado y sutil que eran incomprensibles de todo punto aun para los delincuentes más ilustrados.

Los literatos vivían en la séptima esfera de la insinuación vaga, de la imagen torturada. Anunciaron los críticos el retorno a Mallarmé, pero pronto salieron de su error. Pronto se dejó también de escribir porque la literatura no había sido sino una imperfección terrestre anterior a la conquista de la Luna.

(Julio Torri: Ensayos y poemas. 1917)