miércoles, 30 de marzo de 2011

sumisa a la niña muda

Sumisa a la niña muda
que habla en mi nombre,
me cierro, me defiendo,
cuando las cosas,
como hordas de huecos,
vienen a mi terror.

(Alejandra Pizarnik)

sábado, 26 de marzo de 2011

gestos de adultez

Un niño sale por una boca de metro procurando que la brisa no penetre por el cuello de su anorak. Tiene en cuenta esa vía y la tapona de un modo comedido y elegante por lo que pudiera ocurrirle. Se protege del resfriado como lo haría un catedrático, con un signo de prudencia muy técnico, muy fino. «Soy un niño, pero nunca se sabe. No hay que jugar con las corrientes de aire».

(Miguel Noguera: Ultraviolencia.
Blackie Books, Barcelona, 2011)

viernes, 25 de marzo de 2011

lista escrita por febrero y guardada en el bolsillo de su abrigo de pana

1. No soy una mala persona. He disfrutado de junio, julio y agosto como el que más.

2. Te he dado de comer dientes de león y te he arrancado los tallos de los dientes con la lengua.

3. Hueles a miel y humo. Así te llamo yo. Muchacha que huele a miel y humo. Pero tú eres más que eso. Tú eres un campo de dientes de león.

4. Tengo una pesadilla en la que aparezco en medio de un campo de dientes de león, guadaña en mano. Veo una procesión de niños en el horizonte. Cada uno de ellos lleva uno de tus dientes en la mano.

5. Es tal mi desconcierto que casi estoy en calma.

6. Soy culpable de raptar niños. Soy culpable de lo ocurrido a Bianca y del enorme sufrimiento causado a Thadeus, a Selah y a todo el pueblo.

7. Quiero ser una buena persona, pero no lo soy.

(Shane Jones: Las cajas de luz.
Mondadori, Barcelona, 2011)

domingo, 20 de marzo de 2011

bajo la piel, los días

Me he sustraído el dolor refugiándome en los libros. He olvidado a las mujeres que me han olvidado. He sepultado en sus páginas la vergüenza o la cobardía [como, de nuevo, en este poema]. En los catres de los albergues, el papel ha sido mi almohada. Cuanto más acerbo ha sido el mundo, más amable la palabra, aunque errase, aunque injuriara. Los gerundios, administrativos, me han rescatado. Los zapatos me mordían, pero mis ojos estaban habitados. A mi lado, una anciana, con un antifaz de rímel, echaba migas de pan a las palomas, y las palomas hervían, mascullaban. Tropiezo con un vómito fresco; he de utilizar un retrete embozado; me enseña la lengua una puta repugnante: leo. Oigo el despertar de una ciudad enyesada de humos, batida por un mar desguazado, trepidante de nada; y, en el cuarto tenebroso, también yo despierto. «Cuyo lascivo esposo vigilante/ doméstico es del Sol nuncio canoro,/ y de coral barbado, no de oro/ ciñe, sino púrpura, turbante».
Leo.

No estoy solo.

La palabra me piensa.

(Eduardo Moga: Bajo la piel, los días.
Calambur, Madrid, 2010)

viernes, 11 de marzo de 2011

sukkwan island

La costa sembrada de cantos rodados, árboles caídos y arena oscura le parecía antigua, prehistórica. Mientras avanzaba en silencio durante horas, solo oía el sonido de sus botas y un ocasional pájaro y las pequeñas olas que entraban, y parecía que fuera el único hombre sobre la tierra, salido para observar el mundo. Meditó sobre ello, adoptó un paso felino, saltando de una piedra a otra, y añoraba esa simplicidad, esa inocencia. Quería no ser quien era y no encontrar a nadie. Si encontraba a alguien, le tendría que contar su historia, que, ahora admitía ante sí mismo, sonaba fatal.

(David Vann: Sukkwan Island.
Ediciones Alfabia, Barcelona, 2010)

la gran rueda


Hay alguien a quien todavía no he tenido nunca ganas de matar.

Eres tú.

Puedes caminar por las calles, puedes beber y caminar por las calles, no te mataré.

No tengas miedo. La ciudad no tiene peligro. El único peligro de la ciudad soy yo.

Camino, camino por las calles y mato.

Pero no tienes que temer.

Te sigo porque me gusta el ritmo de tus pasos. Te tambaleas. Es hermoso. Se podría decir que cojeas. Y que estás jorobado. Pero en realidad no lo estás. De vez en cuando te enderezas y caminas recto.

Pero a mí me gustas en las horas avanzadas de la noche, cuando estás débil, cuando tropiezas, cuando te encorvas.

Te sigo, tinieblas. De frío o de miedo. Sin embargo hace calor.

Nunca, casi nunca, quizá nunca haya hecho tanto calor en nuestra ciudad.

¿De qué podrías tener miedo?

¿De mí?

No soy tu enemigo. Te quiero.

Y nadie más podría hacerte daño.

No tengas miedo. Estoy aquí. Te protejo.

Pero aun así también sufro.

Las lágrimas –grandes gotas de lluvia– me resbalan por la cara. La noche me oculta. La luna me ilumina. Las nubes me esconden. El viento me desgarra. Siento una especie de ternura por ti. Eso sólo me sucede a veces. Muy raramente.

¿Por qué tú? No lo sé.

Quiero seguirte hasta muy lejos, por todas partes durante mucho tiempo.

Quiero verte sufrir aún más.

Quiero que estés harto de todo lo demás.

Quiero que vengas a suplicarme que te coja.

Quiero que me desees, que tengas ganas de mí, que me ames, que me llames.

Entonces te cogeré entre mis brazos, te estrecharé contra mi corazón, serás mi niño, mi amante, mi amor.

Te llevaré.

Tenías miedo a nacer y ahora tienes miedo de morir.

Tienes miedo de todo.

No hay que tener miedo.

Es sólo que hay una gran rueda que gira. Se llama Eternidad.

Yo hago girar la gran rueda.

No debes tener miedo de mí.

Ni de la gran rueda.

Lo único que puede dar miedo, que puede hacer daño, es la vida y tú ya la conoces.

(Agota Kristof: No importa.
El Aleph Editores, Barcelona, 2008)

domingo, 6 de marzo de 2011

nieve

La nieve empezó a caer a medianoche. Y es verdad
que donde se está mejor es sentado en la cocina
aunque sea la cocina del insomnio.
Allí hace calor, te preparas algo, bebes vino
y miras por la ventana la eternidad familiar.
Por qué ibas a torturarte por saber si nacimiento y muerte son sólo puntos,
puesto que la vida no es una línea recta.
Por qué ibas a atormentarte al ver el calendario
y a preocuparte por el valor que está en juego.
¿Y por qué ibas a admitir que no tienes
ni para zapatos para Saskia?
¿Y por qué ibas a envanecerte
de que sufres más que los demás?

Aunque en la tierra no existiera el silencio
ese nevar lo habría inventado ya en su sueño.
Estás solo. Ningún gesto. Nada de qué hacer gala.

(Vladimír Holan)

jueves, 3 de marzo de 2011

la flor de mi cólera

La flor de mi cólera crece salvaje
Y cada espiga
Perfora el cielo
De modo que la sangre gotea de mi sol
Aumentando la flor de mi amargura
De esta hierba
Se lavan mis pies
Mi pan
Oh caballero
Flor inútil
En la rueda de la noche se estrangula
La flor de mi caballero del trigo
La flor de mi alma
Mi dios me desprecia
Estoy enfermo de esta flor
Que crece roja en mi cerebro
Sobre mi dolor.

(Thomas Bernhard)