miércoles, 8 de septiembre de 2010

de entre todas las cosas


De entre todas las cosas
amo las desgastadas,
las que el tiempo decora con cambios y con pérdidas.
El tiempo las corrige, las dispone para su verdadero cometido,
las detiene invisibles de tanto ser miradas
y después la belleza
se posa sordamente
igual que una campana tañendo bajo el mar.
La belleza que había
en la mano y la tierra
se adhiere, se convoca sobre la superficie
o el color.
La ceniza que el tiempo esparce sin cesar
nieva en las cosas
y las deja habitadas de omisiones y tactos,
las convierte en extraños espejos,
y bajo el aspecto de collar o cuchara
nos miramos en ellos
como somos y fuimos.
Por eso amo el cuchillo que obedeció a la mano
que hoy cuenta su madera
(el uso lo ha cubierto como una cicatriz de suavidad).

De entre todas las cosas amo las desgastadas
porque son una cita entre muchos y yo:
bebiendo de una copa se están besando labios
y voces por venir,
al coger un martillo estrechas viejas manos.

También a mí el tiempo invisible me empuña
para clavar un verbo o partir la alegría,
talla delgadas muescas en mi cara
y poco a poco me encorvará su fuerza.
No pido para entonces la belleza:
sólo estar gastado de pasión,
ceñido de armonía.

(José María Parreño)

domingo, 5 de septiembre de 2010

se insinúa la noche


Se insinúa la noche. Aún hay luz, pero transpira oscuridad. La claridad se enfanga en las cosas: irrita a los tejados, tropieza en las grúas –bocas de una sola mandíbula–, balbucea en la cánula escamosa de los árboles. Los coches tosen, y la luz se aloja en sus expectoraciones. La luz es, de pronto, el cuello en harapos, los dedos reunidos en un solo dedo, el sexo lejano, no obstante estar aquí, al alcance de mi desesperación, sepultado bajo pliegues sucesivos de la materia. Sé que anochece porque, exentos de brillos, distingo mejor los trazos del lápiz en la página. La noche es otro sol. Las sombras protuberan. Mi sombra me sustituye.

(Eduardo Moga: Bajo la piel, los días.
Calambur, Madrid, 2010)

sábado, 4 de septiembre de 2010

elogio de la sombra


La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

(Jorge Luis Borges)