sábado, 17 de diciembre de 2011

nunca supe su nombre

Era un bicho increíble, bella como el relámpago, enteriza, seda pura. Su rostro un fulgor continuo. No la describo, no soy pintor. Sólo paro mientes en sus manos eléctricas, radioactivas –manos de humo y de hierro forjado– siempre vacías y operantes. Corriendo tontas detrás de una mariposa, agarrando cuernos de becerro o abejorros carnudos. Pero también acariciando mi garganta.

No hicimos ningún pacto para andar juntos. Nunca nos separábamos. ¡Qué vitalidad de moza! No lloraba nunca. Gritaba de mil modos, llana de impulsos imprevistos. La veía correr sin freno y cuando se fatigaba era una leona dormida.

Se lanzaba al mar enloquecidamente y se ponía a nadar en las aguas alejándose hasta perderla de vista, si no fuera por el alga negra de su abundante melena, a lo lejos, flotando en las olas.

Nunca supe su nombre.

(Carlos Edmundo de Ory: La memoria amorosa. Visor, 2011)

viernes, 2 de diciembre de 2011

sombra de los días a venir

A Ivonne A. Bordelois

Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración
de un animal que sueña.

(Alejandra Pizarnik: Los trabajos y las noches, 1965)

viernes, 25 de noviembre de 2011

el despertar

A León Ostrov

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo

(Alejandra Pizarnik: Las aventuras perdidas, 1958)

viernes, 28 de octubre de 2011

san francisco, 7/9/79

Ayer abrí la ventana del baño y la luz vespertina entró clara y limpia. Me quité los zapatos y los puse a ventilarse sobre el alféizar, con las puntas un poco en el aire, hacia el interior del baño. Luego me olvidé de que estaban allí, fui a lavarme y cuando me di la vuelta hacia la ventana, sentí pánico al ver los zapatos vacíos allí detenidos, como si nadie estuviese entrando por la ventana.

(Werner Herzog: Conquista de lo inútil.
Blackie Books, 2010)

sábado, 22 de octubre de 2011

canción niña estival

me arranco el sol a tiras
de la piel de un día
de tormenta

canto
espanto el tremor
que el tiempo vuela

en una gota de frío
el verano hace el indio

sonámbulo despierto
en tu sueño y te miro
apunto y disparo

pum

estás muerto
tu alma es canícula
en la frente del desierto

rayos y truenos son
tus mejores amigos

me duermo mecido
por el ruido del sol

sábado, 24 de septiembre de 2011

introducción

Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.

(Werner Herzog: Conquista de lo inútil.
Blackie Books, 2010)

jueves, 22 de septiembre de 2011

hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco

Hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco. Aun sitiado por insectos, el centro, alto como el latido, ocupaba los límites. En él se arrodillaba el mal, que veía en su arena recta sólo un mínimo grito. Ardía el ser, mas no desde la náusea, sino azul como el seno, cándidamente pan. Nada en mí contradecía la lluvia. Ningún sieso contra el amor.

Ahora se ha sublevado lo dormido, la supuración de alguien. Quizá sea sólo un objeto que se disgrega en su prisión, o manos que revelan sufrimiento. Si conviene, ensucio el sonido; por lucrarme, superpongo el rostro a la máscara, lo hago página, demolición del centro; si una rata lame mi sexo, artillo suavemente las palabras, alquilo al insomnio mis pechos. Y aunque procure preservar aquel espacio del dolor y los murciélagos, el orgasmo es negro.

Detrás queda un cadáver. En sus labios hay pájaros.

(Eduardo Moga: El corazón, la nada.
Bartleby Editores, 1999)

viernes, 26 de agosto de 2011

bref

Tus niños con las glándulas abiertas y calientes
por el cuchillo de sus madres y fue crucificado muerto
y sepultado ardiendo por los ojos sólo donde al ocaso ahogan
gansos asados y anegados en vino y sepultado
que abrumaron de maíz en gallineros perfumados
el delantal repleto de persil bolsillos grasos
de raíces que lamen las glándulas cada vez más abiertas.

Y fue crucificado muerte en el aspa
de las piernas abiertas puerta del líquido y la luz
para que naveguemos en cuchillos ésa es la claridad
de tus niños ahogados entre mojadas raíces ahora sí
hasta el fondo del mar muerto y sepultado
fue crucificado pero no tu vientre pero no tu delantal
pero no el vino ahogado antes de llegar hasta tu boca.

Es el huracán ha cerrado la espora sepultado
para poner su grano de maíz en la tierra entreabierta
caliente acuchillada y fue crucificado cose pues ya tu raja hongo
para crecer y ser pistilo aspado acuchillado y fue crucificado
muerto y sepultado y al día tercero
oh caso de sólido vino no corrompido entre los muertos
tú resucitarás entre calientes panochas.

(Félix de Azúa: Lengua de cal, 1972)

jueves, 11 de agosto de 2011

VIII

cuando el infalible sueño con su veneno mortal
nos despoje de la lenta tranquilidad

y Aquel sin Cuyo favor nada es ni está
(a quien llaman Amor) haya de manar
de la muda inmensidad del abismo voraz,

con el estruendo de Su salvaje aletear,

en el extenso y luminoso dominio feudal
–no sonreiré alma mía;no habré de llorar:

cuando de tu menos-que-pálida cara
(cuyos ojos heredan el vacío)
el tiempo extraiga
su maldito insignificante destino,
cuando bellamente tu hocico
no bese nada
y cuando tus garras
arañen tímidas

el silencio más allá del misterio de la rima

(E. E. Cummings:
«Sonetos-Irrealidades»,
&, 1925,
traducción-perversión)

jueves, 4 de agosto de 2011

la noche de los cincuenta libros

Hice mi plan.


«Me encerraré entre los murallones de una fortaleza que levantaré con mis propias manos en el corazón de la montaña. Me serviré por mí mismo. Ni un criado, ni un amigo, ni un simple visitante, ¡nadie! Sembraré y cultivaré aquello que haya de comer y haré venir hasta mis dominios el agua que haya de beber. Ni un festín, ni una tertulia, ni un paréntesis, ¡nada! Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquiera otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las virtudes. Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas… Nutriré a los hombres de morfina, peste y hedor. Mas no conforme con eso, daré vida a los objetos, devolveré la razón a los muertos, y haré bullir en torno a los vivos una heterogénea muchedumbre de monstruos, carroñas e incongruencias: niños idiotas, con las cabezas como sandías; vírgenes desdentadas y sin cabello; paralíticos vesánicos, con los falos de piedra; hermafroditas cubiertos de fístulas y tumores; mutilados de uniforme, con las arterias enredadas en los galones; sexagenarias encintas, con las ubres sanguinolentas; perros biliosos y castrados; esqueletos que sangran; vaginas que ululan; fetos que muerden; planetas que estallan; íncubos que devoran; campanas que fenecen; sepulcros que gimen en la claridad helada de la noche…Vaciaré en las gargantas de los hombres el pus de los leprosos, el excremento de los tifosos, el esputo de los tísicos, el semen de los contaminados y la sangre de las poseídas. Haré del mundo un antro fantasmal e irrespirable. Volveré histérica a cuanta criatura se agita».

(Francisco Tario: La noche)

lunes, 25 de julio de 2011

instrucciones

Toca la valla de madera que ves en la pared
y que nunca antes habías visto.
Di «por favor» antes de abrir el cerrojo,
entra,
baja por el sendero.
La puerta principal está pintada de verde,
y tiene una aldaba,
un diablillo de bronce rojo;
no lo toques, te morderá los dedos.
Date una vuelta por la casa.
No cojas nada. No comas nada.
No obstante,
si una criatura te dice que tiene hambre, aliméntala.
Si te dice que está sucia, lávala.
Si herida te llora, siempre que puedas, alivia su dolor.
Desde el jardín trasero divisarás el bosque salvaje.
Pasarás junto a un pozo muy hondo
que lleva al reino del Invierno;
lo que hay allá en el fondo es un país distinto.

Si al llegar a este punto das media vuelta,
podrás regresar sin correr ningún peligro;
no te supondría el menor desdoro.
No voy a pensar mal de ti.

Una vez hayas atravesado el jardín
te encontrarás en el bosque.
Los árboles son viejos; ojos vigilan desde la maleza;
bajo un roble huesudo, una anciana está sentada.
Quizás te pida algo;
dáselo.
Ella te indicará el camino que lleva hasta el castillo.
En su interior hay tres princesas.
No te fíes de la más joven. Sigue caminando.
En el claro más allá del castillo,
los doce meses del año están sentados en torno al fuego,
calentando sus pies, intercambiando cuentos.
Pueden hacerte algún que otro favor, si eres amable.
Quizás puedas coger fresas en la escarcha de Diciembre.

Confía en los lobos, pero no les desveles tu destino.
Para cruzar el río toma el ferry. El patrón te llevará.
(La respuesta a su pregunta es esta:
«Si pasa el remo a su pasajero,
él será libre de abandonar el barco».
Cuando se lo digas
asegúrate de estar a una distancia prudente).

Si un águila te regala una pluma, guárdala bien.
Recuerda: los gigantes duermen profundamente;
la codicia es la perdición de las brujas;
los dragones tienen un punto débil,
en alguna parte, siempre;
los corazones pueden estar muy bien escondidos
y tú los delatas con la lengua.

No tengas celos de tu hermana.
Debes saber que soltar rosas y diamantes por la boca
no es menos molesto que echar sapos y culebras:
fríos y duros, también, y cortan.

Recuerda tu nombre.
No pierdas la esperanza: encontrarás lo que buscas.
Confía en los fantasmas.
Confía en aquellos a los que has ayudado,
porque te ayudarán a su vez.
Ten fe en los sueños.
Ten fe en tu corazón y confía en tu historia.
Cuando regreses, vuelve por donde viniste.
Todo favor será correspondido; toda deuda, liquidada.
Cuida siempre tus modales.
No mires atrás.
Cabalga sobre el águila sabia (no te caerás).
Cabalga sobre el pez de plata (no te ahogarás).
Cabalga sobre el lobo gris (agárrate bien a su pelo).

Hay un gusano en el corazón de la torre;
por esa razón acabará desplomándose.

Cuando llegues a la casita donde comenzó tu viaje,
la reconocerás de inmediato, pero se te antojará
mucho más pequeña que al principio.
Sube por el sendero, cruza la puerta que da al jardín
y que nunca habías visto antes de emprender tu aventura.
Y entonces vuelve al hogar. O construye un hogar.
O descansa.

(Neil Gaiman,
traducción-perversión)

domingo, 17 de julio de 2011

planta en el desierto

Nací como planta en el desierto
que irrumpe sin savia y sin calor:
en el tallo que crece áspero, hirsuto,
brota una semilla, pero no se abre la flor.
Nunca vi una estrella tan esquiva:
encerrada entre tinieblas, jamás arderá.
En mi regazo, agrias lágrimas:
nací apenas para morir.
Acabará mi estéril historia
que se liga a sí misma por dentro:
la vida, el nombre, mi memoria
grabados en la hondonada del olvido.

(Anónimo quechua)

jueves, 7 de julio de 2011

el último poema (29): mi último suspiro

Al aproximarse mi último suspiro, imagino con frecuencia una última broma. Hago llamar a aquellos de mis viejos amigos que son ateos convencidos como yo. Entristecidos, se colocan alrededor de mi lecho. Llega entonces un sacerdote al que yo he mandado llamar. Con gran escándalo de mis amigos, me confieso, pido la absolución de todos mis pecados y recibo la Extremaunción. Después de lo cual, me vuelvo de lado y muero.

Pero, ¿se tendrán fuerzas para bromear en ese momento?

Una cosa lamento: no saber lo que va a pasar. Abandonar el mundo en pleno movimiento, como en medio de un folletín. Yo creo que esta curiosidad por lo que suceda después no existía antaño, o existía menos, en un mundo que no cambiaba apenas. Una confesión: pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba.

(Luis Buñuel: Mi último suspiro, fragmento concluyente del capítulo final, titulado: «El canto del cisne».
Estas memorias fueron escritas con la ayuda de su amigo Jean-Claude Carrière a lo largo de dieciocho años.
Se publicaron en 1982, en París, con el título original: Mon dernier soupir. Poco tiempo después, en Ciudad de México, habría de expirar el genio de Calanda, sordo, casi ciego, huraño, releyendo obsesivamente y a duras penas La vejez de Beauvoir; desconectado del arte, la cultura, la sociedad...; imaginando para sus adentros la hilarante película del fin del mundo).

miércoles, 6 de julio de 2011

lucille y sus tres peces

Cada mes de abril, tres peces rojos, tres peces japoneses cruzaban y descruzábanse en silenciosas espirales sobre la dulce faz de Lucille. En su discreta frente hasta entonces sin nubes ni cometas locos, habían quedado impresas tres suaves ondas.

Un buen día, al llegar la última primavera desapareció uno de los peces, aquel a quien Lucille bautizó con el nombre de Tejedor de ensueños.

Y al llegar el otoño, desapareció el segundo pez japonés, aquel Punzón de ondas como le habíamos llamado entre sonrisas corteses los amigos.

La frente de Lucille volvió a quedar como antes, como una fuente de planta: porque el pez tercero, el Ovillador silencioso de deseos, tampoco estaba... ALLÍ.

Cuando Lucille con su boquita pintada de corazón dice «ALLÍ» entornando deliciosamente su ojo izquierdo por el derecho, como por una pecera, atraviesa sonámbula la sombra del tercer pez japonés, la del Ovillador silencioso de deseos.

(Luis Buñuel: Escritos.
Páginas de Espuma, 2000)

sábado, 2 de julio de 2011

aquella carta

aquella carta no contaba la historia de un dolor de muelas sino que alimentaba al bicho que trabajaba perforando el costado de la locura

en la extracción del hueso se desarrolló una hemorragia curva

el orín corroe la piel de la lucidez

la savia de la despedida desvanece los últimos instantes de luz

no había cuaderno al alcance para trepar por la pared cónica circular de aquel pozo enjambre de coágulos de sangre

cuántas veces nos hemos despedido oliendo a marisma descompuesta en los albores del sueño

cuántas veces nos hemos despertado a orilla de la plenitud

(Eladio Orta: Vacío tácito.
Puerta del Mar, 2007)

jueves, 30 de junio de 2011

el último poema (28): fitter happier

«Fitter happier» se encuentra en el álbum Ok Computer (1997), de Radiohead. El texto está recitado por una voz robótica y ambientado musicalmente por el grupo. Fue escrito —vomitado— por Thom Yorke tras un prolongado bloqueo creativo. No se atrevió a declamarlo él mismo, según ha contado, «por timidez». Después escribió —vomitó— el resto del disco. Al principio de la «canción» se oye una voz lejana que dice algo así como: «Esta es la Oficina del Pánico. Sección 9-17 puede haber sido dañada. Activar siguiente proceso…». Y comienza el proceso. O asepsia apocalíptica. O suicidio monótono. O lenta intoxicación de chatarra, química apática y moral estroboscópica que algunos humanoides —¿replicantes?— llamamos vida.

más en forma más feliz más productivo
cómodo
no beber demasiado
ejercicio regular en el gimnasio (tres días a la semana)
llevarse mejor con tus actuales socios empleados
a gusto
comer bien (no más cenas en microondas ni grasas saturadas)
un conductor mejor y paciente
un coche más seguro (bebé sonriendo en el asiento trasero)
dormir bien (sin malos sueños)
sin paranoia
cuidadoso con todos los animales (nunca tirar arañas por el desagüe)
mantenerse en contacto con viejos amigos (disfrutar de una copa de vez
en cuando)
con frecuencia comprobará en un banco (moral) su cuenta de crédito
(agujero en la pared)
favor por favor
cariñoso pero no enamorado
reglamento de caridad
supermercado de carretera los domingos
(no matar polillas ni echar agua hirviendo sobre las hormigas)
lavar el coche (los domingos incluidos)
no tener nunca más miedo de la oscuridad
o de las sombras del
mediodía
nada tan ridículamente juvenil y desesperado
nada tan infantil
a buen ritmo
más despacio y mejor calculado
sin posibilidad de escape
ahora con autonomía laboral
preocupado (pero sin poder)
un miembro de la sociedad competente e informado (pragmatismo no
idealismo)
no llorar en público
reducir riesgos de enfermedad
neumáticos que se adhieran en lo mojado (instantánea de bebé atado
con cinturón en el asiento trasero)
una buena memoria
todavía llorar con una buena película
todavía besos con saliva
ya nunca más vacío y frenético
como un gato
atado a un palo
que es clavado en
mierda de invierno congelada (la capacidad para reírse de lo débil)
tranquilo
más en forma, más saludable y más productivo
un cerdo
enjaulado
viviendo de antibióticos

lunes, 20 de junio de 2011

corazón sin coraza

Corazón sin coraza, lanza
sin esperanza.

Mi cimera es de muerte y de quimera.

Flores de los horrores,
cadenas de las penas,
el grito del granito,
el lis ya sólo gris,
pozos de los sollozos,
esencia de la ausencia.

Las ruinas de lo rubio entre los ruidos
azules del celeste cementerio.

Era su corazón, mi destrucción
era.

Tiemblan entre las mieses y los meses
lises ya no plateados, sólo grises.

(Juan Eduardo Cirlot: La quête de Bronwyn)

lunes, 6 de junio de 2011

el último poema (27): cómo explicar los cuadros a una liebre muerta

El 11 de noviembre de 1965, Joseph Beuys paseaba por el interior de una galería de arte en Düsseldorf vestido con un traje de fieltro y la cara untada con miel y pan de oro. Llevaba en sus brazos una liebre muerta. Con un pie vendado y una chapa de cobre atada a su tobillo, acariciaba las patas del animal mientras le susurraba al oído...

Todos esos que miran desde fuera cómo paseo mi cojera por entre los cuadros mientras te abrazo piensan que soy yo el que te está explicando las obras de arte. Lo que no saben es que lo que te pido es que me las expliques tú a mí. O al menos esperaba que me las explicaras antes de morir. Ahora ya sé que es imposible. Decía Schiller que la belleza es el camino de la libertad. Quizá sea eso lo único que importa, que creemos algo bello para llegar a ser libres. Que ampliemos el concepto de arte para que esto también sea arte. Que dejemos de mirar los cuadros y miremos la vida, el susurro, la naturaleza, la muerte, lo sagrado. No puedo pedirle lo mismo a un perro, a un gato o a un caballo: el hombre les ha arrebatado su dignidad, su albedrío, lo que tienen de bello y de libre. Sería imposible que ellos me explicaran el arte, ni yo a ellos. Como probablemente es imposible que todos esos que miran disfruten o expliquen lo que hago aquí dentro, chorreando oro, grasa y miel. Pero tú eres la liebre, el conejo loco de Lewis Carroll que corretea y siempre llega tarde, y me agarro a ti como el que se agarra al cordón umbilical temiendo el tijeretazo definitivo. Tú me unes a la naturaleza, aunque ya estés muerta. O precisamente por eso. Tú, que eres pura energía, que eres (o eras) pura vitalidad, que eres sobrehumana, que estás más cerca de lo divino, de lo sagrado, me dices más sobre el arte muerta que lo que yo te pueda decir a ti vivo. En ti está lo frágil, lo bello, lo delicado, lo sensual. Eres la naturaleza que muere y renace cada abril. Eliot dijo: «Abril es el mes más cruel, hace brotar lilas del interior de la tierra muerta, mezcla la memoria y el deseo, estremece las raíces marchitas con lluvia de primavera». Abril hará brotar lilas del interior de tu vientre putrefacto. Se preguntan: «¿qué le estará diciendo? ¿Por qué le explica los cuadros a una liebre muerta?». Les respondo: porque va a entenderlo todo mejor, porque sois como los perros domesticados que mueven el rabo para saludar al que les da de comer. Porque os reís y me insultáis, incapaces de ver vuestra propia babeante estupidez. Vuestra vida anodina, tan lejos de lo bello. Vuestra vida de perros. Jamás podréis llegar a ser como una liebre muerta. Porque no sois capaces de ver que la obra de arte es la liebre, mi susurro, mi cojera y vosotros mirando.

jueves, 2 de junio de 2011

metalingüística

De qué sirve analizar el lenguaje cuando tu lengua lame de la desesperación la sintaxis de qué vale la escritura automática si el autómata escribe con brazos de acacia en el viento sintagmas para jirafas qué importancia tiene un se reflexivo frente al agente espejo y deja ya de preguntar quién porque eres tú solo tú quien bajo dudas ortográficas fundó su vida y martiriza la página caligrafía de vencejo y extenuados al sol se oxidan tus nexos con este mundo
tan accidente
tan gramatical
tan arañazo
y todo es sujeto
y el núcleo del predicado
en persona y número concuerda
con el mudo desove del poema
sobre tus huesos.

domingo, 29 de mayo de 2011

diose a las olas y conoció su nombre

3

Los dos años son el comienzo del fin

J.M. Barrie

Desde el regazo de la madre, el niño la observa, curioso. Sin decir una palabra, se alza hasta juntar sus rostros y la besa en la mejilla dulcemente. Ha imaginado la cabeza de su madre como la de una rana gigantesca. No lo dirá: en su joven renuncia ha comprendido que su lenguaje es otro.

(José Ignacio Serra: Pie de druida)

jueves, 26 de mayo de 2011

cuchillos en abril

Odio a los adolescentes.
Es fácil tenerles piedad.
Hay un clavel que se hiela en sus dientes
y cómo nos miran al llorar.

Pero yo voy mucho más lejos.
En su mirada un jardín distingo.
La luz escupe en los azulejos
el arpa rota del instinto.

Violentamente me acorrala
esta pasión de soledad
que los cuerpos jóvenes tala
y quema luego en un solo haz.

¿Habré de ser, pues, como éstos?
(La vida se detiene aquí)
Llamea un sauce en el silencio.
Valía la pena ser feliz.

(Pere Gimferrer: Arde el mar)

viernes, 6 de mayo de 2011

cansado

Estoy cansado...
Con los árboles sostuve conversaciones.
Con las ovejas padecí la sequía.
Con los pájaros canté en el bosque.
Amé a las mozas de la aldea.
Levanté la vista al sol.
Vi el mar.
Trabajé con el alfarero.
Tragué el polvo de la carretera.
Vi las flores de la melancolía en el campo de mi padre.
Vi la muerte en los ojos de mi amigo.
Tendí la mano a las almas de los ahogados.
Estoy cansado.

(Thomas Bernhard)

viernes, 29 de abril de 2011

la condesa sangrienta

Un conocido filósofo incluye los gritos en la categoría del silencio. Gritos, jadeos, imprecaciones, forman una «sustancia silenciosa». La de este subsuelo es maléfica. Sentada en su trono, la condesa mira torturar y oye gritar. Sus viejas y horribles sirvientas son figuras silenciosas que traen fuego, cuchillos, agujas, atizadores; que torturan muchachas, que luego las entierran. Como el atizador o los cuchillos, esas viejas son instrumentos de una posesión. Esta sombría ceremonia tiene una sola espectadora silenciosa.

(Alejandra Pizarnik: La condesa sangrienta.
Ilustraciones: Santiago Caruso.
Libros del Zorro Rojo, Barcelona, 2009)

miércoles, 27 de abril de 2011

calamita

Para idear este poema
observo la esfera sin aguja
de una antigua brújula
y pienso esta va a ser por siempre
mi última metáfora
figúrate qué metáfora
y empiezas la labor tallando el limbo
creas una espiral de seres
que no existen salvo en la fiebre
sumidero retórico de seres
en fila india desde la flor de lis
hasta la muerte imagina
el tropo y si sigues imaginando
a estas alturas de la alegoría
quizá hayas adivinado
que la única cura
para la herida de espina
de rosa náutica
es quemar en la hoguera a la brújula
a esas alturas
del enigma sólo quedan
en el horizonte señales de humo
y tu vista cansada
oteando el siguiente verso
o isla que te ofrezco
como espejismo de libertad
rimado templo pagano
donde se adora al diablo
símbolo amamantado por el sol
sombra a quien rezamos esta oración
y es semejante a hablar en sueños
o delirar despierto
y no acaba el canto sino cuando
en el centro de la esfera
sobre el pronombre yo

figúrate
imantas la palabra
y a partir de ya
descubres la nueva metáfora
que de un plumazo borra mi realidad.

lunes, 18 de abril de 2011

el mal de los ardientes

Me odio cuando tiemblo de la emoción

cuando no puedo dormir porque bajando por el espino del día me he dejado las zarpas, los cuernos y el instinto de no pensar

y en la raíz cuadrada de la noche roo tubérculos rosados

y doy vueltas perdido en la feria en que me amaste de niño, entre espantajos y manzanas de caramelo

hasta que me limpio los besos a restregones contra la almohada, rezando con las branquias en flor

Dios salve a la Virgen Fantasma que calienta mis ojos al fin, en la hora de la muerte amanecer

(De Chatarra de niño muerto, 2008)

martes, 5 de abril de 2011

acto comunicativo #5

Tras décadas persiguiendo rastros de intemperies y derivas, sin sentido sin destino, errabundo a través de trópicos violentos, doradas ciudades colgantes, ardientes desiertos, espejismos de seda, selvas vírgenes, vagando a pie a gatas a nado a branquia limpia, a trancas y borrascas, con el sol bajo el pellejo y una luna de barbas, estepario en su quimera de aullidos por la tierra conocida y el cieno por conocer, con el rumbo trastabillado entre el sur de los sures y el salvaje oeste y el este huracán, perdido en círculos trazados por la brújula desnortada de su pecho, peregrino desvalijado, polizón desorientado, peón de los caminos, canto rodado, rodando y rodando don Valmiki Malaspina de lo Inhóspito llega, milagrosamente, a los confines medievales del mundo, donde el mundo está a punto de dejar de llamarse mundo y la palabra maravilla se confundirá con azulejo nieve tiza piélago cocina mesa, y sobre la mesa halla un tazón de chocolate negro como la noche, una noche, por fin, de sueño profundo, profundidad de abismo, se deja caer y vuela, hoja sutil vuela, ya no volverá a escribir en su cuaderno viajero: mañana será otro día (es hoy es hoy pequeño lirón, es hoy

miércoles, 30 de marzo de 2011

sumisa a la niña muda

Sumisa a la niña muda
que habla en mi nombre,
me cierro, me defiendo,
cuando las cosas,
como hordas de huecos,
vienen a mi terror.

(Alejandra Pizarnik)

sábado, 26 de marzo de 2011

gestos de adultez

Un niño sale por una boca de metro procurando que la brisa no penetre por el cuello de su anorak. Tiene en cuenta esa vía y la tapona de un modo comedido y elegante por lo que pudiera ocurrirle. Se protege del resfriado como lo haría un catedrático, con un signo de prudencia muy técnico, muy fino. «Soy un niño, pero nunca se sabe. No hay que jugar con las corrientes de aire».

(Miguel Noguera: Ultraviolencia.
Blackie Books, Barcelona, 2011)

viernes, 25 de marzo de 2011

lista escrita por febrero y guardada en el bolsillo de su abrigo de pana

1. No soy una mala persona. He disfrutado de junio, julio y agosto como el que más.

2. Te he dado de comer dientes de león y te he arrancado los tallos de los dientes con la lengua.

3. Hueles a miel y humo. Así te llamo yo. Muchacha que huele a miel y humo. Pero tú eres más que eso. Tú eres un campo de dientes de león.

4. Tengo una pesadilla en la que aparezco en medio de un campo de dientes de león, guadaña en mano. Veo una procesión de niños en el horizonte. Cada uno de ellos lleva uno de tus dientes en la mano.

5. Es tal mi desconcierto que casi estoy en calma.

6. Soy culpable de raptar niños. Soy culpable de lo ocurrido a Bianca y del enorme sufrimiento causado a Thadeus, a Selah y a todo el pueblo.

7. Quiero ser una buena persona, pero no lo soy.

(Shane Jones: Las cajas de luz.
Mondadori, Barcelona, 2011)

domingo, 20 de marzo de 2011

bajo la piel, los días

Me he sustraído el dolor refugiándome en los libros. He olvidado a las mujeres que me han olvidado. He sepultado en sus páginas la vergüenza o la cobardía [como, de nuevo, en este poema]. En los catres de los albergues, el papel ha sido mi almohada. Cuanto más acerbo ha sido el mundo, más amable la palabra, aunque errase, aunque injuriara. Los gerundios, administrativos, me han rescatado. Los zapatos me mordían, pero mis ojos estaban habitados. A mi lado, una anciana, con un antifaz de rímel, echaba migas de pan a las palomas, y las palomas hervían, mascullaban. Tropiezo con un vómito fresco; he de utilizar un retrete embozado; me enseña la lengua una puta repugnante: leo. Oigo el despertar de una ciudad enyesada de humos, batida por un mar desguazado, trepidante de nada; y, en el cuarto tenebroso, también yo despierto. «Cuyo lascivo esposo vigilante/ doméstico es del Sol nuncio canoro,/ y de coral barbado, no de oro/ ciñe, sino púrpura, turbante».
Leo.

No estoy solo.

La palabra me piensa.

(Eduardo Moga: Bajo la piel, los días.
Calambur, Madrid, 2010)

viernes, 11 de marzo de 2011

sukkwan island

La costa sembrada de cantos rodados, árboles caídos y arena oscura le parecía antigua, prehistórica. Mientras avanzaba en silencio durante horas, solo oía el sonido de sus botas y un ocasional pájaro y las pequeñas olas que entraban, y parecía que fuera el único hombre sobre la tierra, salido para observar el mundo. Meditó sobre ello, adoptó un paso felino, saltando de una piedra a otra, y añoraba esa simplicidad, esa inocencia. Quería no ser quien era y no encontrar a nadie. Si encontraba a alguien, le tendría que contar su historia, que, ahora admitía ante sí mismo, sonaba fatal.

(David Vann: Sukkwan Island.
Ediciones Alfabia, Barcelona, 2010)

la gran rueda


Hay alguien a quien todavía no he tenido nunca ganas de matar.

Eres tú.

Puedes caminar por las calles, puedes beber y caminar por las calles, no te mataré.

No tengas miedo. La ciudad no tiene peligro. El único peligro de la ciudad soy yo.

Camino, camino por las calles y mato.

Pero no tienes que temer.

Te sigo porque me gusta el ritmo de tus pasos. Te tambaleas. Es hermoso. Se podría decir que cojeas. Y que estás jorobado. Pero en realidad no lo estás. De vez en cuando te enderezas y caminas recto.

Pero a mí me gustas en las horas avanzadas de la noche, cuando estás débil, cuando tropiezas, cuando te encorvas.

Te sigo, tinieblas. De frío o de miedo. Sin embargo hace calor.

Nunca, casi nunca, quizá nunca haya hecho tanto calor en nuestra ciudad.

¿De qué podrías tener miedo?

¿De mí?

No soy tu enemigo. Te quiero.

Y nadie más podría hacerte daño.

No tengas miedo. Estoy aquí. Te protejo.

Pero aun así también sufro.

Las lágrimas –grandes gotas de lluvia– me resbalan por la cara. La noche me oculta. La luna me ilumina. Las nubes me esconden. El viento me desgarra. Siento una especie de ternura por ti. Eso sólo me sucede a veces. Muy raramente.

¿Por qué tú? No lo sé.

Quiero seguirte hasta muy lejos, por todas partes durante mucho tiempo.

Quiero verte sufrir aún más.

Quiero que estés harto de todo lo demás.

Quiero que vengas a suplicarme que te coja.

Quiero que me desees, que tengas ganas de mí, que me ames, que me llames.

Entonces te cogeré entre mis brazos, te estrecharé contra mi corazón, serás mi niño, mi amante, mi amor.

Te llevaré.

Tenías miedo a nacer y ahora tienes miedo de morir.

Tienes miedo de todo.

No hay que tener miedo.

Es sólo que hay una gran rueda que gira. Se llama Eternidad.

Yo hago girar la gran rueda.

No debes tener miedo de mí.

Ni de la gran rueda.

Lo único que puede dar miedo, que puede hacer daño, es la vida y tú ya la conoces.

(Agota Kristof: No importa.
El Aleph Editores, Barcelona, 2008)

domingo, 6 de marzo de 2011

nieve

La nieve empezó a caer a medianoche. Y es verdad
que donde se está mejor es sentado en la cocina
aunque sea la cocina del insomnio.
Allí hace calor, te preparas algo, bebes vino
y miras por la ventana la eternidad familiar.
Por qué ibas a torturarte por saber si nacimiento y muerte son sólo puntos,
puesto que la vida no es una línea recta.
Por qué ibas a atormentarte al ver el calendario
y a preocuparte por el valor que está en juego.
¿Y por qué ibas a admitir que no tienes
ni para zapatos para Saskia?
¿Y por qué ibas a envanecerte
de que sufres más que los demás?

Aunque en la tierra no existiera el silencio
ese nevar lo habría inventado ya en su sueño.
Estás solo. Ningún gesto. Nada de qué hacer gala.

(Vladimír Holan)

jueves, 3 de marzo de 2011

la flor de mi cólera

La flor de mi cólera crece salvaje
Y cada espiga
Perfora el cielo
De modo que la sangre gotea de mi sol
Aumentando la flor de mi amargura
De esta hierba
Se lavan mis pies
Mi pan
Oh caballero
Flor inútil
En la rueda de la noche se estrangula
La flor de mi caballero del trigo
La flor de mi alma
Mi dios me desprecia
Estoy enfermo de esta flor
Que crece roja en mi cerebro
Sobre mi dolor.

(Thomas Bernhard)

domingo, 27 de febrero de 2011

ejercicio de mendicidad


Nos ponemos ropa sucia y desgarrada, nos quitamos los zapatos, nos ensuciamos la cara y las manos. Vamos a la calle. Nos quedamos quietos y esperamos.

Cuando pasa algún oficial extranjero ante nosotros, levantamos el brazo derecho para saludar y tendemos la mano izquierda. A menudo, el oficial pasa sin detenerse, sin vernos, sin mirarnos.

Al final uno de los oficiales se para. Dice algo en un idioma que no entendemos. Nos hace preguntas. No le respondemos, nos quedamos inmóviles, con un brazo levantado y el otro tendido hacia delante. Entonces se rebusca en los bolsillos, pone una moneda y un trozo de chocolate en nuestras palmas sucias y se va, meneando la cabeza.

Continuamos esperando.

Pasa una mujer. Tendemos la mano. Ella dice:

—Pobres pequeños. No tengo nada que daros.

Nos acaricia el pelo.

Nosotros decimos:

—Gracias.

Otra mujer nos da dos manzanas, otra unas galletas.

Pasa una mujer. Tendemos la mano, ella se detiene y dice:

—¿No os da vergüenza mendigar? Venid a mi casa, tengo trabajos fáciles para vosotros. Cortar leña, por ejemplo, o restregar la azotea. Sois bastante mayores y fuertes para eso. Después, si trabajáis bien, os daré sopa y pan.

Nosotros contestamos:

—No queremos trabajar para usted, señora. No nos apetece comer su sopa ni su pan. No tenemos hambre.

Ella pregunta:

—¿Y entonces por qué mendigáis?

—Para saber qué se siente y para observar la reacción de las personas.

Ella grita al irse:

—¡Golfillos asquerosos! ¡Qué impertinentes!

Al volver a casa, tiramos en la hierba alta que bordea la carretera las manzanas, las galletas, el chocolate y las monedas.

La caricia en el pelo es imposible tirarla.

(Agota Kristof: Claus y Lucas.
El Aleph Editores, Barcelona, 2009)

jueves, 24 de febrero de 2011

danza macabra


Con cada uno de nosotros en serie
fabrica esqueletos la muerte
con nosotros y con nuestro espíritu
y la pordiosera talega manoseada
con nuestra envidia malsana
y las miradas inyectadas en sangre
con la vorágine y la esperanza
con el fuego fatuo de las ganas
con el planto en flor y la flema
con la piel tersa la arruga y la célula
muerta y el beso lento
con el pestilente hueco de tu ego
ávido bocado sin hambre
miseria al viento ambulante
en la ciudad ciega de mentiras
y con la ratonera mordida
del ego orgulloso de los otros
elabora forja fabrica
la muerte
como un niño ensañado
con la escasa vida
del insecto y la vanidad
y con el ánimo y la melancolía
y el despilfarro de fiebre que se oxida
en templos bajo el mar
como abismos de porcelana china
como fauna de cristal de bohemia
como el alfarero de la tierra cocida
en el arrebato de la caricia
con nosotros fabrica esqueletos la muerte
in ictu oculi
trágica como el ruido fósil
de una supermente
y pule y barniza y une
con trocitos de fino alambre
cada hueso pensamiento falange
cada obra palabra colmillo omisión
y pinta el cráneo de cielo
y prende estrellas en tu bella estampa
y por fin remata su creación monótona
colgando de las descarnadas espaldas
las más hermosas
las más crueles extremidades
tejidas a las clavículas
ceñidas entre escápulas vértebras costillas
como par de osamentas de feto
como cartilaginosas verdades
que luciremos eternas taciturnas
en la polvorienta soledad
del salón de los ángeles.

miércoles, 9 de febrero de 2011

experimento


Antes de la película
en la que los actores hicieron lo que pudieron
para conmoverme, e incluso hacerme reír,
proyectaron un curioso experimento
con una cabeza.

La cabeza
momentos antes aún pertenecía a...
ahora estaba cortada,
todos pudieron ver que no había tronco.
Por la nuca colgaban las tuberías del aparato
gracias al cual la sangre circulaba todavía.
La cabeza
se encontraba bien.

Sin síntomas de dolor, siquiera sorpresa,
seguía con la mirada el movimiento de una linterna.
Movía las orejas cuando sonaba un timbre.
Con su nariz húmeda sabía distinguir
el olor a tocino de la insípida inexistencia
y lamiéndose con evidente placer
segregaba saliva en honor de la fisiología.

Leal cabeza de perro,
fiel cabeza de perro,
cuando era acariciada, entornaba los ojos
con la confianza de que todavía era parte de un todo
que comba el lomo bajo un gesto de cariño
y menea el rabo.

Pensé en la felicidad y sentí miedo.
Porque, si la vida sólo se trataba de eso,
la cabeza
era feliz.

(Wisława Szymborska: El gran número.
Hiperión, Madrid, 2010)

domingo, 6 de febrero de 2011

el ladrón


Cerrad bien vuestras puertas. Llego sin hacer ruido con las manos enguantadas de negro.

Mi estilo no es brutal. Tampoco voraz ni estúpido.

Si se os presentase la ocasión, podríais admirar el delicado dibujo de mis venas sobre las sienes y las muñecas.

Pero sólo entro en vuestras habitaciones cuando es tarde, cuando el último invitado se ha ido, cuando vuestras repugnantes lámparas de araña se han apagado, cuando todos duermen.

Cerrad bien vuestras puertas. Llego sin hacer ruido con las manos enguantadas de negro.

Sólo me quedo un momento, pero lo hago todas las noches sin descanso y en todas las casas sin excepción.

Mi estilo no es brutal. Tampoco voraz o estúpido.

Por la mañana cuando os despertéis, contad bien vuestro dinero, vuestras joyas, no faltará nada.

Sólo faltará un día de vuestra vida.

(Agota Kristof: No importa.
El Aleph Editores, Barcelona, 2008)

jueves, 3 de febrero de 2011

odio


Quiero entenebrecer la alegría de alguien.

Quiero turbar la paz del que esté tranquilo.

Quiero deslizarme calladamente en lo tuyo para que no tengas sosiego; justamente como el parásito ha tenido el acierto de localizarse en tu cerebro y te congestionará uno de estos días, sin anuncio ni remordimiento.

(Pablo Palacio)

sábado, 22 de enero de 2011

el último poema (26): suicidio


(Quizá fue por no saberte la Geometría)

El jovencito se olvidaba.
Eran las diez de la mañana.

Su corazón se iba llenando
de alas rotas y flores de trapo.

Notó que ya no le quedaba
en la boca más que una palabra.

Y al quitarse los guantes, caía,
de sus manos, suave ceniza.

Por el balcón se veía una torre.
El se sintió balcón y torre.

Vio, sin duda, cómo le miraba
el reloj detenido en su caja.

Vio su sombra tendida y quieta
en el blanco diván de seda.

Y el joven rígido, geométrico,
con un hacha rompió el espejo.

Al romperlo, un gran chorro de sombra
inundó la quimérica alcoba.

(Federico García Lorca)

miércoles, 19 de enero de 2011

the morphine thief


La más inquietante de aquellas octavillas, de aquellos anuncios de la guerra, la recogió Wilson Reyes pocos días después en las inmediaciones del río Han. Representaba a un niño con una careta antigás subido a lomos de un rinoceronte. En Asia, le explicó el Flaco Bentley, el cuerno de rinoceronte es muy apreciado por sus hipotéticas propiedades medicinales. Los cazadores furtivos suelen cavar trampas gigantescas en el suelo y solo aprovechan de esas moles, que llegan a pesar varias toneladas, su cuerno, del que a veces sacan más de cinco mil dólares porque los cara de perro –así llamaban ahora a los chinos– creen que el polvo de cuerno de rinoceronte es afrodisíaco y que cura la fiebre y las convulsiones, porque ni Mao ni el propio Satanás podrían acabar con la superstición china. Lo que ninguno de los dos terminaba de entender era el significado de la cabalgata triunfal del niño a lomos de aquella bestia, y la procesión de soldados y de campesinos que alzaban sus brazos hacia el jinete y sonreían, victoriosos todos, mientras uno de ellos pisoteaba una bandera americana. Casi se podía escuchar la música de la victoria, los cantos triunfales de aquella procesión, sus vítores y sus consignas, y por ese motivo, Reyes sentenció –su labio inferior colgando– que aquel pasquín era una maldita obra maestra. Y el Flaco pensó que tenía toda la razón: la octavilla transmitía al mismo tiempo euforia e inquietud, entusiasmo para los propios y angustia para los rivales, justo lo que se espera de la verdadera propaganda ideológica, ese viperino poder de persuasión. Por supuesto, ni Reyes ni él sabían leer el texto, colocado entre grandes exclamaciones bajo el rinoceronte, pero el dibujo les bastaba para comprender que los enemigos se habían vuelto definitivamente locos. Tal vez sea, dijo Wilson Reyes, el arma definitiva de los comunistas. Pero en ese momento, el Flaco no entendió si Reyes se refería al niño, al rinoceronte o a la locura.

(Mario Cuenca Sandoval: El ladrón de morfina.
451 Editores, Madrid, 2010
)

miércoles, 5 de enero de 2011

pobre niño pálido


Pobre niño pálido, ¿por qué gritar en la calle a voz en cuello una canción aguda e insolente, que se pierde entre los gatos, señores de los techos?, pues ella no atravesará los postigos de los primeros pisos, tras los cuales ignoras los grávidos cortinajes de encarnada seda.

Sin embargo, cantas fatalmente con la tenaz seguridad de un hombrecillo que va solo por la vida y, sin contar con nadie, trabaja para sí mismo. ¿Tuviste un padre alguna vez? Ni siquiera tienes una vieja que te haga olvidar el hambre pegándote cuando regresas sin un centavo.

Pero trabajas para ti mismo: parado en las calles, con desteñidos vestidos hechos como los de un hombre, enflaquecido prematuramente y demasiado crecido para tu edad, cantas para comer, con encarnizamiento, sin humillar tus ojos perversos hacia los otros niños que juegan en la calzada.

Y tu lamento es tan, pero tan sonoro, que tu desnuda cabeza, elevándose en el aire a medida que sube tu voz, parece querer partir desde tus pequeños hombros.

Hombrecillo, ¿quién sabe si ella no se irá un día, cuando, después de gritar largo tiempo en las ciudades, hayas cometido un crimen? No es tan difícil cometer un crimen, prosigue, basta con tener coraje después del deseo, y algunos... Tu figurilla es enérgica.

Ni un centavo cae en la cesta de mimbre que tu gran mano tiene suspendida sin esperanza sobre tu pantalón: te volverás malo y un día cometerás un crimen.

Tu cabeza siempre se alza y quiere dejarte, como si desde el comienzo lo supiese, mientras cantas de un modo que se vuelve amenazante.

Te dirá adiós cuando pagues por mí, por los que valen menos que yo. Probablemente para eso viniste al mundo y ayunas desde ahora; te veremos en los periódicos.

¡Oh, pobre cabecita!

(Stéphane Mallarmé)

sábado, 1 de enero de 2011

dermografía

porque la noche llega
como la lenta erosión de los espejos.


ANTONIO QUINTERO HERNÁNDEZ

Erosiva mal pintada
llega cada noche siempre tarde
y vestida se acuesta brega invade
el espacio vital de tu cama
tumbada en expansión
algo ebria de universos
labra surcos de memoria
en tu piel dormida medusa
planta caricias moribundas
y en un sueño lúcido
te hace flor observada
tus cicatrices más fieles
se enroscan entre sus piernas
y con sumo cuidado
de no pisar sus cabellos
te entregas te llevas ahuecas
porque no puedes más
que bailar con ella
hasta caer despierta y despeinada
esférica en esencia

Tú eres un fantasma
y el amanecer
un cadáver sin nombre
te quitas la sábana
y deslumbrada contemplas
el desierto la soledad arrugada
donde su cabeza ya no descansa
temprano se fue mientras dormías
pero ha dejado mensajes en tu cara
en cuerpo y alma rojas marcas
cuñas signos jeroglíficos a fuego
letras y arabescos
cárdenos secretos de vida y muerte

Erosión y espejo
espejismo de Erosiva
te lavas te hidratas estiras
desempolvas la máscara
perfilas con pulso firme de eterna Parca
la impecable expresión
de una felicidad de porcelana.