domingo, 4 de agosto de 2013

el hombre nace en la casa, pero muere en el desierto

Del Asia, y sobre todo en el Asia Central, extraplanetaria y extratemporal, podría decirle, como un pedante, que ha halagado en mí una medida exagerada del tiempo y del espacio... Prefiero contarle un recuerdo que, para mí, anula muchos otros. En el umbral de una yurta mongola, en pleno desierto del Gobi, poco antes de montar a caballo, me hice traducir una hermosa frase gutural de un lama errante de la gran secta roja: «El hombre nace en la casa, pero muere en el desierto». Durante días y días, en mis cabalgadas silenciosas, masco y masco esta frase, deleitosa para el paladar de un occidental que nunca está seguro de haberse enjuagado lo suficiente la boca de todo resabio romántico... Pero un día, en una lamasería al final del desierto, me fue dada la explicación trivial: el moribundo debe ser puesto fuera de la tienda a fin de no ensuciar la morada de los vivos.

(Saint-John Perse:
fragmento de carta a su amigo Archibald McLeish, 1942)