martes, 23 de julio de 2013

una niña desconocida en la sala de maternidad

Criatura, la corriente de tu respiración dura seis días.
Yaces, un pequeño nudillo en mi cama blanca;
yaces, recogida como un caracol, tan pequeña y fuerte
en mi pecho. Tus labios son animales; estás alimentada
con mi amor. Primero el hambre no está mal.
Las enfermeras asienten con sus cofias; te conducen
a través de pasillos de almidón con la otra multitud desanidada
en canastas con ruedas. Chocas como una copa; moviendo
tu cabeza hacia mi contacto. Sientes que nos pertenecemos.
Pero esto es una cama de beneficencia.
No me conocerás durante mucho tiempo.

Los doctores son de esmalte. Quieren conocer
los hechos. Conjeturan acerca del hombre que me dejó,
algún alma oscilante, haciendo el camino que hace el hombre
y dejándote llena de una criatura. Pero nuestro historial clínico
está en blanco. Todo lo que hice fue dejarte crecer.
Ahora estamos aquí para que toda la sala nos vea.
Ellos piensan que era una extraña, aunque
nunca dije una palabra. Reventé al vaciarme
de ti, dejándote aprender cómo es el aire.
Los médicos exploran el acertijo que me preguntan
y yo vuelvo la cabeza al otro lado. No sé.

La tuya es la única cara que reconozco.
Hueso junto a mi hueso, tú bebes mis respuestas.
Seis veces al día aprecio
tu necesidad, los animales de tus labios, tu piel
creciendo cálida y rellenita. Veo tus ojos
levantando sus carpas. Son piedras azules, comienzan
a brotar su musgo. Parpadeas de sorpresa
y me pregunto qué puedes ver, mi alegre familiar,
mientras perturbas mi silencio. Yo soy un refugio
de mentiras.
¿Debo aprender a hablar de nuevo, o sin esperanza en
tal cordura tocaré alguna cara que reconozca?

Abajo en el pasillo los hijos de su madre comienzan de nuevo.
Mis brazos te acogen como una manga, guardan
las candelillas de tus sauces, los criaderos de abejas salvajes
de tus nervios, cada músculo y pliegue
de tus primeros días. Tu cara de hombre viejo desarma
a las enfermeras. Pero los doctores vuelven a reprenderme.
Hablo. Tú eres lo que hiere mi silencio.
He debido saberlo; he debido decirles
algo para anotar. Mi voz alarma a mi garganta:
«Nombre del padre —ninguno». Te sostengo
y te llamo bastarda en mis brazos.

Y ahora esto es todo. No hay nada más
que pueda decir o perder.
Otros han vendido la vida antes
y no podrían hablar. Te aprieto para rehusar
tus ojos de lechuza, mi frágil huésped.
Toco tus mejillas, como flores. Te restriegas
contra mí. Olvidemos. Soy una playa
que te balancea. Te rompiste de mí. Elijo
tu único camino, mi pequeña heredera
y te suelto, temblando los yoes que perdemos.
Ve niña, que eres mi pecado y nada más.

(Anne Sexton: Poesía completa.
Linteo poesía, 2013)