sábado, 24 de septiembre de 2011

introducción

Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.

(Werner Herzog: Conquista de lo inútil.
Blackie Books, 2010)

jueves, 22 de septiembre de 2011

hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco

Hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco. Aun sitiado por insectos, el centro, alto como el latido, ocupaba los límites. En él se arrodillaba el mal, que veía en su arena recta sólo un mínimo grito. Ardía el ser, mas no desde la náusea, sino azul como el seno, cándidamente pan. Nada en mí contradecía la lluvia. Ningún sieso contra el amor.

Ahora se ha sublevado lo dormido, la supuración de alguien. Quizá sea sólo un objeto que se disgrega en su prisión, o manos que revelan sufrimiento. Si conviene, ensucio el sonido; por lucrarme, superpongo el rostro a la máscara, lo hago página, demolición del centro; si una rata lame mi sexo, artillo suavemente las palabras, alquilo al insomnio mis pechos. Y aunque procure preservar aquel espacio del dolor y los murciélagos, el orgasmo es negro.

Detrás queda un cadáver. En sus labios hay pájaros.

(Eduardo Moga: El corazón, la nada.
Bartleby Editores, 1999)