viernes, 20 de diciembre de 2013

el último poema (38): los mares grises sueñan con mi muerte

Sé que los mares grises sueñan con mi muerte,

sobre las sombrías planicies donde la espuma medita,

entre los vientos lóbregos que braman sin descanso

y nada vive en el aire olvidado.

Mas cambia de humor y entonces el viento fiero aúlla,

y el siseo inolvidable de la espuma

se vierte desde la inmensidad del cielo.
¡Ay! Mi hogar

alza su voz en un terrible canto.

¡Vuelve! ¡Oh! ¡Vuelve!

Pero vosotras, almas insignificantes en lánguidas regiones,

jamás distinguiréis aquella llamada.

La sombra purpúrea de la muerte tiñe todo lo gris,

y los que estamos en esas aguas lo sabemos bien,

sabemos que llega y sabemos el motivo,

somos consecuentes, dejamos atrás el dolor.

¡Ay! Su humor vuelve a cambiar,

el mar me acuna sobre hirvientes colinas,

como una madre a su hijo,

así sus fieros miembros me abrazan,

y una voz retumba con poderosas carcajadas,

la gozosa llamada del Poder me rodea.

¡Ay! Toda la grandiosidad del mar

me protege del sacrificio.
¡Ah! Hombres de las tierras melancólicas

alzad vuestros corazones y manos

y clamad que no sois yo;

niños de todos los mares,

que flotáis sobre la espuma de las fuentes,

y la gloria

y la magia de este mundo acuático

al que me arrojaron en mi infancia.
Llorad, pues muero satisfecho;

y las olas braman y se agitan

y los mares grises cantan,

y las blancas colinas se sumergen,

y yo estoy muriendo en todo mi esplendor,

muriendo, muriendo, muriendo.

(William Hope Hodgson)

martes, 26 de noviembre de 2013

un insecto de la noche

Ahora han pasado unos instantes en que la imaginación, como un insecto de la noche, ha salido de la sala para recordar los gustos del verano y ha volado distancias que ni el vértigo ni la noche conocen. Pero la imaginación tampoco sabe quién es la noche, quién elige dentro de ella lugares del paisaje, donde un cavador da vuelta la tierra de la memoria y la siembra de nuevo. Al mismo tiempo alguien echa a los pies de la imaginación pedazos de pasado y la imaginación elige apresurada con un pequeño farol que mueve, agita y entrevera los pedazos y las sombras. De pronto se le cae el pequeño farol en la tierra de la memoria y todo se apaga. Entonces la imaginación vuelve a ser el insecto que vuela olvidando las distancias y se posa en el borde del presente.

(Felisberto Hernández: El caballo perdido)

sábado, 23 de noviembre de 2013

noche infernal

Algo horriblemente frío cae sobre mis espaldas. Algo pegajoso se adhiere a mi cuello. Una voz que viene del cielo grita: «¡Monstruo!», sin que yo sepa si es de mí o de mis vicios de lo que se trata, o si me avisan, por lo demás, de que un ser viscoso se adhiere a mí.

(Max Jacob: El cubilete de dados.
Losada poesía, 2006)

miércoles, 30 de octubre de 2013

el último poema (37): barroeta y el oficial del kursk

El K-141 Kursk fue un submarino nuclear de la armada rusa que, debido a un accidente, naufragó en el gélido mar de Barents, el 12 de agosto de 2000. Pese a los intentos de rescate realizados con ayuda de equipos británicos y noruegos, toda la tripulación a bordo del Kursk murió. En el bolsillo de uno de los oficiales se encontró la siguiente nota manuscrita:

13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie… Escribo a ciegas.

Seis años después, José Barroeta (1942-2006) escribe su último poema. Hundiéndose en un submarino agónico junto al cáncer, el poeta venezolano afronta su inminente muerte con una hoja y un puñado de versos. «Autopsia a un espejo roto», así podría haberse llamado su texto póstumo, si el poeta aún siguiera creyéndose poeta (de los de metáfora en el ojal). Pero no. El título, «Enero - 4 y 30 a. m.», recoge ya la frialdad quirúrgica de quien ha depurado toda la vanidad del mundo y escribe al dictado de la enfermedad desnuda, en un estremecedor ejercicio de vida.

Sobrecoge asistir al epílogo de dos hombres tan dispares que, siendo devorados por la noche, se aferran a la palabra para ver; regresan a la primitiva percusión de piedras para alumbrar la penumbra en el compartimento definitivo.  

ENERO - 4 Y 30 A. M.

Pasó el año nuevo
y reventaron los pulmones.
En mi pared bronquial
con arquitectura parcialmente alterada
por neoplasia maligna epitelial
las células se disponen en nidos y cestos
fragmentando el sonoro  tejido de la noche.
Soñé contigo.
Nos tendieron desnudos en la mesa de
la Lección de Anatomía.
No pudieron arrancarnos las nubes del cuerpo
la luz del año nuevo parecía un escalpelo
en tu vesícula.
Dormí entre tus cuernos y el día
esperando el roce de las gaviotas.
Tan lejos como estamos del mar
a la hora de los imponderables
vienen siempre un oleaje y un mascarón de proa
para que soltemos las amarras.
Arriba donde el huracán hala
soy tu cadáver
el gran ocio.
Entre tus litorales y el miedo hermafrodita
el epitelio del sexo en alta mar
erecto y en enjambre.


(De Elegías y olvidos,
libro póstumo incluido en Todos han muerto,
poesía completa de Barroeta publicada por Candaya,
cuatro días después de su muerte)

viernes, 25 de octubre de 2013

el último poema (36): sparklehorse (mark linkous heart of darkness)

Estoy lleno de abejas
que murieron en el mar


Mark Linkous (1962-2010) era Sparklehorse (1995-2010). Ambos nacieron en Virginia, y ambos se hicieron músicos huyendo de la minería y la depresión. Sparklehorse era Mark Linkous. Dicen que en las aguas tenebrosas de su corazón se hundía y reflotaba una cabeza de caballo; cientos de gorriones y el corazón de un tigre en el sumidero de su corazón. Un corazón de animal en el fondo del corazón. Eso dicen. Un animal en la caricia de su música. La música: sistema de adioses; la música: úlcera del tiempo. No sé hacer ninguna diferencia entre lágrimas y música (decía Nietzsche). El universo sonoro: onomatopeya de lo inefable, enigma desplegado, infinito percibido e inaccesible... Cuando se sufre su seducción, ya sólo se concibe el proyecto de hacerse embalsamar en un suspiro. (Eso lo decía Cioran pensando, sin saberlo, en Caballo-centelleante).

Una hermosa mujer se levantó
desde las humeantes aguas del lago
con una vela encendida en cada mano;
mis dientes se hundían suavemente en el suelo


Canciones como cuentos negros. Más palabras para Peter Pan. Días dorados como niños sobre un sol risueño. Algún día te trataré bien y pájaros de dolor. Buenos días, araña. El día menos pensado. Nunca es el fin de todos los cuentos. Y las canciones se escriben en los paños de las madres. Con voz de juguete. Es una vida maravillosa. Triste y bella como la vida.

Como el mensaje de texto que recibió Linkous en su móvil la noche que se disparó en el pecho. Lo dicen testigos. Era un 6 de agosto, en casa de unos amigos de Knoxville. Conversaban de madrugada cuando sonó la campanilla luminosa de su teléfono. Lo miró con ojos de penique. Se levantó. Salió a pasear con su rifle... Dicen que lo vieron sentado en un callejón cerca de Irwin Street. Esta vez no falló (aún sufría en las piernas las secuelas de su anterior intento de suicidio, con antidepresivos y Valium). La bala se alojó en su corazón tenebroso espantando todas las dudas del universo. Caja de estrellas. Fantasma de su sonrisa. Sólo quiero ser un hombre feliz. Sombra y miel. (El móvil desapareció, metáfora de nada).

Las únicas cosas
que necesito de verdad
son agua, una pistola y conejos


Dicen las lenguas hipotéticas que aquel mensaje era una llamada desde la zanja-espíritu. Dicen que la cama de manzanas ya estaba hecha para él. Aseguran que el viejo carrusel aguardaba quieto en el vientre de la montaña. Se subió aferrándose a la barra deslucida (dicen, algún borracho lo vio). Empezó a girar. Soniquete de feria: cerdos, vacas, perros, ciervos, caballos de vapor. Alcanzó la velocidad de la luz. Voló como un ovni y desapareció en el cielo con el relincho de magia final.

¿Reconocerá mi poni
la voz de su amo en el infierno?


Dicen que Sparklehorse llegó a desentrañar el átomo del alma: extrajo su núcleo con el cuchillo del verano, lo posó en un disco de piedra y lo partió como un niño parte una almendra, a martillazos centelleantes. Desde entonces, sus canciones son residuo estelar, suspiros embalsamados, lágrimas de felicidad, belleza semihundida en las tenebrosas aguas de nuestro corazón. 

It's a wonderful life,
it's a wonderful life...

jueves, 24 de octubre de 2013

el último poema (35): suicidas a los doce

Y desnudos al amanecer los encontraron.

Llegaron con el sol las moscas a morder y desovar en la carne dormida.

Cabe toda la muerte en el cuerpo más pequeño, cabe todo el amor en su corazón de paloma, todo el grito en su boca no saciada, todo el odio en su cerebro despierto, todo el deseo en sus manos inquietas.

Ninguna nota dejaron: para qué decir adiós a los cadáveres.

Llegaron con el sol las moscas, a morder y desovar en la carne dormida; las moscas, los periodistas, los curiosos, la policía, yo mismo, nadie.

Temblad cuando los niños dejan de ser hombres secretos.

Todo poema corre el riesgo de carecer de sentido. Arrodillaos. Dos dioses han muerto en holocausto.

(José Ignacio Serra: El libro quemado)

viernes, 4 de octubre de 2013

el último poema (34): adiós rosal

—Voilà... C’est tout...

Yo, la verdad, no hice mucho caso al Principito hasta bien talludo. Antes estaba por casa, entre libros infantiles con títulos tontos (hay que admitir que el título, más bien la desafortunada traducción española, perfectamente puede camuflarse entre ejemplares sin enjundia). En fin, no me llamaba la atención. Pero en COU lo mandó el profesor de Literatura (cuando aún había profesores sólo de esta materia, desligada de la Lengua); nos invitó a leerlo de una manera curiosa... Nos dijo: «Os voy a recomendar este libro antes de que lo prohíban en las escuelas por hacer apología del suicidio».

¡Tachán!

El morbo encendido en el adolescente apocalíptico hizo el resto: libro favorito de toda la vida. Mil lecturas. Mil vueltas a su simbología y poética y dibujos. Mil estrellas pintarrajeadas en los márgenes del cuaderno. Una biblioteca de Principitos...

Hoy nos quejamos de que los chavales no leen, y los culpables somos nosotros, los adultos. Hay que buscar la tecla, cambiar de música, provocar... Mi profesor abrió de golpe el vientre del «sombrero» (significante domesticado) y me enseñó el «elefante» (significado salvaje). Y el arte es eso: escuchar atentamente la piel del sombrero hasta sentir el barritar de tus propios elefantes.
Termino con un hallazgo reciente, llamativo (para el adolescente postapocalíptico que ahora soy): la última carta de Antoine de Saint-Exupéry, fechada en 1944, meses antes de desaparecer con su avión en el mar durante una misión de reconocimiento. Sus palabras, dirigidas a un desamor, son las de un hombre roto que ha dejado para siempre de escuchar los sombreros, y que muestra dócil su cansado tobillo a la serpiente del desierto...

«No hay más Principito, hoy día ni jamás. El Principito está muerto o se volvió totalmente escéptico. Un Principito escéptico no es más un Principito. Estoy resentido con usted por estropearlo. No habrá más cartas, teléfono ni señal. No fui prudente ni pensé que arriesgara pena, pero me lastimé en el rosal cogiendo una rosa. El rosal preguntará: ¿Qué importancia tenía para usted? Ninguna, rosal, ninguna. Nada importa en la vida. No hay más vida. Adiós rosal».

domingo, 4 de agosto de 2013

el hombre nace en la casa, pero muere en el desierto

Del Asia, y sobre todo en el Asia Central, extraplanetaria y extratemporal, podría decirle, como un pedante, que ha halagado en mí una medida exagerada del tiempo y del espacio... Prefiero contarle un recuerdo que, para mí, anula muchos otros. En el umbral de una yurta mongola, en pleno desierto del Gobi, poco antes de montar a caballo, me hice traducir una hermosa frase gutural de un lama errante de la gran secta roja: «El hombre nace en la casa, pero muere en el desierto». Durante días y días, en mis cabalgadas silenciosas, masco y masco esta frase, deleitosa para el paladar de un occidental que nunca está seguro de haberse enjuagado lo suficiente la boca de todo resabio romántico... Pero un día, en una lamasería al final del desierto, me fue dada la explicación trivial: el moribundo debe ser puesto fuera de la tienda a fin de no ensuciar la morada de los vivos.

(Saint-John Perse:
fragmento de carta a su amigo Archibald McLeish, 1942)

martes, 23 de julio de 2013

una niña desconocida en la sala de maternidad

Criatura, la corriente de tu respiración dura seis días.
Yaces, un pequeño nudillo en mi cama blanca;
yaces, recogida como un caracol, tan pequeña y fuerte
en mi pecho. Tus labios son animales; estás alimentada
con mi amor. Primero el hambre no está mal.
Las enfermeras asienten con sus cofias; te conducen
a través de pasillos de almidón con la otra multitud desanidada
en canastas con ruedas. Chocas como una copa; moviendo
tu cabeza hacia mi contacto. Sientes que nos pertenecemos.
Pero esto es una cama de beneficencia.
No me conocerás durante mucho tiempo.

Los doctores son de esmalte. Quieren conocer
los hechos. Conjeturan acerca del hombre que me dejó,
algún alma oscilante, haciendo el camino que hace el hombre
y dejándote llena de una criatura. Pero nuestro historial clínico
está en blanco. Todo lo que hice fue dejarte crecer.
Ahora estamos aquí para que toda la sala nos vea.
Ellos piensan que era una extraña, aunque
nunca dije una palabra. Reventé al vaciarme
de ti, dejándote aprender cómo es el aire.
Los médicos exploran el acertijo que me preguntan
y yo vuelvo la cabeza al otro lado. No sé.

La tuya es la única cara que reconozco.
Hueso junto a mi hueso, tú bebes mis respuestas.
Seis veces al día aprecio
tu necesidad, los animales de tus labios, tu piel
creciendo cálida y rellenita. Veo tus ojos
levantando sus carpas. Son piedras azules, comienzan
a brotar su musgo. Parpadeas de sorpresa
y me pregunto qué puedes ver, mi alegre familiar,
mientras perturbas mi silencio. Yo soy un refugio
de mentiras.
¿Debo aprender a hablar de nuevo, o sin esperanza en
tal cordura tocaré alguna cara que reconozca?

Abajo en el pasillo los hijos de su madre comienzan de nuevo.
Mis brazos te acogen como una manga, guardan
las candelillas de tus sauces, los criaderos de abejas salvajes
de tus nervios, cada músculo y pliegue
de tus primeros días. Tu cara de hombre viejo desarma
a las enfermeras. Pero los doctores vuelven a reprenderme.
Hablo. Tú eres lo que hiere mi silencio.
He debido saberlo; he debido decirles
algo para anotar. Mi voz alarma a mi garganta:
«Nombre del padre —ninguno». Te sostengo
y te llamo bastarda en mis brazos.

Y ahora esto es todo. No hay nada más
que pueda decir o perder.
Otros han vendido la vida antes
y no podrían hablar. Te aprieto para rehusar
tus ojos de lechuza, mi frágil huésped.
Toco tus mejillas, como flores. Te restriegas
contra mí. Olvidemos. Soy una playa
que te balancea. Te rompiste de mí. Elijo
tu único camino, mi pequeña heredera
y te suelto, temblando los yoes que perdemos.
Ve niña, que eres mi pecado y nada más.

(Anne Sexton: Poesía completa.
Linteo poesía, 2013)

martes, 18 de junio de 2013

el último poema (33): en el último páramo

Que todo se haga leve, que apenas haya
una pizca de viento

y que nos arrastre como a ese polen
que pierden los árboles

que nuestras almas
se dispersen en el espacio

y que un día alguien sepa
que hemos vivido

al respirar una flor cualquiera.

(Claude Esteban)

miércoles, 5 de junio de 2013

pájaros que entran en los sueños

¡Cómo iba a poder conmigo un pedazo de selva!
Esos insectos. El caucho irreal atestado de lascivia.
El agua de esos pantanos caliente como sopa.
Lejos estaban los metales de la maestranza
esa siesta de Navidad que caminé entre las nubes.
Lejos, muy lejos, las enjaezadas crines,
los maricones cuellos desbordados de aprestos.
Eran dientes de caimán, no aserrines,
los mármoles donde pisaban estos zapatos,
acacias envenenadas de belleza,
roedores como tarascas, víboras a considerar.
¡Qué podían saber los cleriguillos de palacio
con sus latines inútiles debajo de estos truenos!
¡A qué podían aspirar los miriñaques de las damas
en el reino demencial del rugido y del zarpazo!
No fui un emisario de príncipes bobos. Fui el príncipe
de todo este desborde, del pánico, del alud,
de la tierra firme que duerme bajo la hojarasca,
del papagayo que se refleja en el arco iris.
Fui el sirviente también.
Fui el sirviente del príncipe que fui,
la nube cargada de ponzoña a punto de reventar.
Fui el contador que asentó en libros
esos ángeles desplumados como gallinas
que flotaban en los charcos. Fui yo.
Fui ella. Fui el fruto de los dos.
Fui un trozo de metal culpable en esas carnes mestizas
que hice nacer o que ayudé a morir.
¿Quién podría enrostrarme mi presunción de génesis
si puse mi cabeza a multiplicar hogazas de oro
sólo para reconciliarme con un niño que mendigaba desayunos?
Cercado de venéreas escapé de las confesiones.
Con una capelina me protegí de los pájaros que entran en los sueños
decididos a escaparse con mis ojos en el pico.
¡Cómo iba a poder conmigo ese telón de verde sobre verde
imaginado por dioses principiantes!
¡Cómo iban a poder con este marañón aquellos soldaditos imperiales
oliendo a esencias parisinas!
El agua caía en delgadas cataratas
como estrías de la ladera, como canales del cielo
abriéndose paso en aullidos hacia el abismo.
Allá abajo la culebra custodiaba su escondrijo
en el punto donde se abrazan los cobardes.
Mi mano no dudaría en repetir historias
si la vida no fuese una pieza de teatro, entiéndanlo.
La vida es la muerte, y quien la siga seguirá la ley eterna.
Todos lo sabían, pero lo callaban.
Apresada por la telaraña de tamaños árboles
la luna espantaba caballos que huían hacia el fin
sólo para perpetuarse de otra manera
entre esclavos y moscas y esa peste,
reyerta de cráneos aplastados como guijarros,
sanguijuelas que lloran porque lloran remontando el Orinoco,
última luz de esas bóvedas.
Ya sé que he corrido detrás de un imposible,
sería una vergüenza aceptar que fue un equívoco.
¡Lo negaré! Negaré cualquier indicio de fracaso.
Yo, Lope de Aguirre, natural del Señorío de Oñate,
endemoniado y rabioso como habitante de las profundidades
maldigo la hora en que alguien acercó a mis oídos
la historia enferma de una ciudad de oro y de diamantes,
la ampolla de una codicia que no supe dominar.
Lejos, tras la mar océano, se sacuden los abanicos
que ningún calor espantan, mero emperifollo de las cortes,
mientras mi cabeza, aquí, drena líquidos embotantes,
intercambio de mi persona con los insectos
que sin ningún respeto me visitan.
Yo, Lope de Aguirre, el Peregrino, el Traidor,
que fui príncipe de estas tablas cuando todavía eran naves,
que fui cañones sin el reproche de tontas leyes,
que me permití pecar de lesa majestad y por escrito,
soy apenas el rostro de un vasco delirante surcado de lengua bárbara,
indiano de imposible retorno, falso criollo,
tosca pincelada de ambición y avaricia en todo caso
esquivando flechas envenenadas sobre una balsa de troncos
entre monos que chillan sin parar.
Yo, Lope de Aguirre, la ira de Dios,
entregaré mi cuerpo a esta isla con nombre de mujer
para que alguien lo desguace con mi propio cuchillo
y lo lleve en trozos selva adentro, para regocijo de los perros.

(Rogelio Ramos Signes)

martes, 28 de mayo de 2013

hostil

Escribo por roto.
El poema sirve de guarida
a mis escombros de espejo perverso
de transparencia de sueños dibujados
con debilidad
por el alfabeto hostil.
El poema ha sido rama
trampa del viaje.
Cuando quiero hablar conmigo de verdad
me emborracho
anoto en frentes de penumbra
fracasos y ganancias.
Olvido.
Escribo con letras grandes mi nombre,
lo piso.
Hago un mapa de silencio
enfermo.

(José Barroeta: Todos han muerto.
Candaya, 2006)

domingo, 26 de mayo de 2013

odisea, libro vigésimo tercero

Ya la espada de hierro ha ejecutado
la debida labor de la venganza;
ya los ásperos dardos y la lanza
la sangre del perverso han prodigado.

A despecho de un dios y de sus mares
a su reino y su reina ha vuelto Ulises,
a despecho de un dios y de los grises
vientos y del estrépito de Ares.

Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey pero ¿dónde está aquel hombre

que en los días y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y decía que Nadie era su nombre?

(Jorge Luis Borges)

ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
desea que el camino sea largo,
lleno de aventuras y experiencias.
No temas a los lestrigones, a los cíclopes
ni al terrible Poseidón;
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A lestrigones y a cíclopes,
ni al fiero Poseidón encontrarás nunca,
si no los llevas ya dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que con placer, felizmente,
entres en puertos nunca vistos.
Detente en los mercados fenicios
y hazte con hermosas mercancías:
madreperlas y corales, ébanos y ámbares,
perfumes deliciosos y diversos,
todos los sensuales perfumes que puedas.
Y visita muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y atracar un día, viejo ya, en la isla,
rico por todas las ganancias del camino
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Convertido en un sabio, con tanta experiencia,
habrás comprendido, al fin, qué significan las Ítacas.

(C. P. Cavafis)

sábado, 18 de mayo de 2013

hipno

¿Qué es lo que mejor sabes hacer?
Dormir.
Pero ¿y el insomnio?
Es el precio de la sublimidad.

domingo, 12 de mayo de 2013

el último poema (32): bajo la piel

Leo a Barroeta. Estremece la indiferencia anatomopatológica con la que describe la causa de su propia muerte en el último poema de su último libro, Elegías y olvidos, cuyo título no puede ser más notarial: «Enero, 4.30 a. m.»: «En mi pared bronquial / con arquitectura parcialmente alterada / por neoplasia maligna epitelial / las células se disponen en nidos y cestos / fragmentando el sonoro tejido de la noche». (He pensado muchas veces en escribir un poemario con las descripciones de los informes patológicos, al modo en que Gamoneda transformó el manual farmacológico de Pedacio Dioscórides, traducido por Andrés Laguna, en El libro de los venenos, pero no consigo encontrar los textos adecuados: los patólogos, como casi todo el mundo, cada vez escriben menos, y cada vez escriben peor). También Alejandra Pizarnik dio cuenta de su fin, escribiendo estos versos definitivos en el pizarrón del cuarto donde la hallarían muerta: «No quiero ir / nada más / que hasta el fondo». La muerte es el gran asunto de Barroeta. Preñado de senequismo, la advierte clavada en la carne, ínsita en la vida, y afirma: «Mi vida es un cadáver». Enroscados en los versos aparecen cráneos, sangre, fantasmas; abundan los plantos y las invocaciones a lo roto: espejos rajados, quebraduras, descalabramientos. La muerte ha barrido a las figuras familiares, y su poesía se abandona a una añoranza rabiosa: canta a los padres, a los hermanos, a los abuelos y bisabuelos, como si todos, abrazados por la nada, dibujaran un espacio invulnerable, una heredad inasequible a la destrucción. Sin embargo, la poesía de Barroeta, invadida de perecimiento, no es sombría, sino regocijada. Todos han muerto es un géiser imaginativo y un quermés verbal, y, por ello, también una fiesta de la existencia. «Mi corazón llega a la vida por la carne muerta», escribe en un poema. Las palabras, bullentes, videntes, arrancan a la muerte, la compañera inexorable, de su pedestal de oprobio, y la transforman en pretexto para el sarcasmo y para la música: en justificación de la vida.

(Eduardo Moga: Bajo la piel, los días. 
Calambur, Madrid, 2010)

sábado, 13 de abril de 2013

¿por qué lee esta señora a nostradamus hoy?

Esa señora es un Lamed Wufnik. Ella, por supuesto, no lo sabe. De hecho, nunca antes había leído un libro; proviene de una tierra desalmada cuya extraña fruta fue una generación torcida; una mísera generación devastada, aniquilada, arrasada por la vida diurna y el qué cocinaré mañana, Dios mío, qué. Su cultura literaria se limita, es triste, a los raquíticos cuentos que su nieta colorea en la tableta, a la mitología de seres impronunciables que balbucea su otro nieto, «el rubio»; a las canciones ruidosas que escuchaba su hija para no escucharla, al recetario y la lista de la compra llena de palitos y faltas. Nunca. Nunca ha tocado un libro. Nunca. Esa señora. Un Lamed Wufnik. Pilar secreto de la humanidad. Semianalfabeta. Pero, últimamente, ha tenido sueños raros. Sueños apocalípticos. Vacas amarillas, lentas en el fondo del mar, con tentáculos en lugar de patas; lunas sangrantes, lluvia de batracios y tornillos, ángeles con sexo de mosca y libélulas gigantes libando la metálica flor del destino. Sueños sudorosos. De un tiempo a esta parte. Entonces hoy, tras dejar a sus nietos en el colegio, nuestra señora-Lamed Wufnik ha pasado por un puesto callejero de libros mordidos y el vendedor, un barbas misterioso, le ha espetado: «¡Señora, compre toda la magia de este mundo, y parte del extranjero, por solo un euro! ¡Señora, un euro por el mundo entero!». A ella le ha parecido una oportunidad, el vago comienzo de algo, una «epifanía» incluso, si tuviera más vocabulario. Quizá en esos tomos bárbaros encuentre respuestas a sus sueños. Y ha escogido, claro, el título más eufónico en su humilde cosmos, con el que el alma le ha hecho tilín; uno sobre un tal «NOSTRADAMUS», claro que sí, en poderosas mayúsculas eclipsando el resto. Ahí están, fijo, todas las llaves del universo (y no sabe que ella misma es llave y cerradura y puerta y palacio de sueños). Y se lanza a la lectura. Y la señora-Lamed Wufnik ahora no puede parar de leer. Y su sed intelectual despierta de manera asombrosa. Se convierte en una «leona» voraz, indómita. Hasta apaga, un buen día, la tele. Y roba a su nieta la tableta. Y la deriva pensante la lleva, inexorablemente, a la red, donde investiga en pos de referencias bibliográficas (¿cómo he podido vivir en la cueva tantos años, Platón mío?). Y tecleará en Google palabras clave que abrirán el laberinto. Y viajará a través de hondas verdades enmascaradas y mentiras con humana piel de realidad. Y al fin llegará a este blog, verá su foto, se reconocerá sorprendida con su libro de Nostradamus en las manos (¡qué fatua era yo en los comienzos!); leerá muy atenta esta entrada, su entrada: «Esa señora es un Lamed Wufnik...». Y la señora-Lamed Wufnik buscará qué diablos es un «Lamed Wufnik» (¿quién soy yo?). Y será el Fin.

viernes, 5 de abril de 2013

la balada de las hojas más altas


A Enrique González Martínez

Nos mecemos suavemente en lo alto de los tilos de la carretera blanca. Nos mecemos levemente por sobre la caravana de los que parten y los que retornan. Unos van riendo y festejando, otros caminan en silencio. Peregrinos y mercaderes, juglares y leprosos, judíos y hombres de guerra: pasan con premura y hasta nosotros llega a veces su canción.

Hablan de sus cuitas de todos los días, y sus cuitas podrían acabarse con sólo un puñado de doblones o un milagro de Nuestra Señora de Rocamador. No son bellas sus desventuras. Nada saben, los afanosos, de las matinales sinfonías en rosa y perla; del sedante añil de cielo, en el mediodía; de las tonalidades sorprendentes de las puestas del sol, cuando los lujuriosos carmesíes y los cinabrios opulentos se disuelven en cobaltos desvaídos y en el verde ultraterrestre en que se hastían los monstruos marinos de Böcklin.

En la región superior, por sobre sus trabajos y anhelos, el viento de la tarde nos mece levemente.

(Julio Torri: Ensayos y poemas. 1917)

la conquista de la luna


... Luna,
Tú nos das el ejemplo
De la actitud mejor...

Después de establecer un servicio de viajes de ida y vuelta a la Luna, de aprovechar las excelencias de su clima para la curación de los sanguíneos, y de publicar bajo el patronato de la Smithosonian Institution la poesía popular de los lunáticos (Les Complaintes de Laforgue, tal vez) los habitantes de la Tierra emprendieron la conquista del satélite, polo de las más nobles y vagas displicencias.

La guerra fue breve. Los lunáticos, seres los más suaves, no opusieron resistencia. Sin discusiones en café, sin ediciones extraordinarias de El matiz imperceptible, se dejaron gobernar de los terrestres. Los cuales, a fuer de vencedores, padecieron la ilusión óptica de rigor —clási­ca en los tratados de Físico-Historia— y se pusieron a imitar las modas y usanzas de los vencidos. Por Francia comenzó tal imitación, como adivinaréis.

Todo el mundo se dio a las elegancias opacas y silenciosas. Los tísicos eran muy solicitados en sociedad, y los moribundos decían frases excelentes. Hasta las señoras conversaban intrincadamente, y los reglamentos de policía y buen gobierno estaban escritos en estilo tan elaborado y sutil que eran incomprensibles de todo punto aun para los delincuentes más ilustrados.

Los literatos vivían en la séptima esfera de la insinuación vaga, de la imagen torturada. Anunciaron los críticos el retorno a Mallarmé, pero pronto salieron de su error. Pronto se dejó también de escribir porque la literatura no había sido sino una imperfección terrestre anterior a la conquista de la Luna.

(Julio Torri: Ensayos y poemas. 1917)

jueves, 21 de marzo de 2013

escrúpulo

 
Me parece que vivo,
que estoy entre los ruidos,
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho «me parece».
Yo no aseguro nada.

(Oliverio Girondo)

cansancio

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo bazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuántos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.

Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabré si es el mismo
que usé mientras vivía.

Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola auténtica,
alegre,
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.

Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

(Oliverio Girondo)

jueves, 28 de febrero de 2013

mina

Te escribo lleno de miedo en una galería nocturna
alumbrada por una lámpara tan pequeña como un dedal
un vagón me pasa por encima con cuidado
midiendo su distancia para no golpearme
pero a veces finjo estar dormido
y otras remendar unos calcetines viejos
porque todo a mi alrededor ha envejecido extrañamente

en casa
ayer
cuando abrí el armario desapareció
se hizo polvo con toda su ropa
los platos se rompen con sólo tocarlos
tengo miedo y escondí los tenedores y los cuchillos
mi cabello se ha vuelvo como de estopa
mi boca ha emblanquecido y me duele
mis manos son de piedra
mis piernas de madera
tres niños pequeños me rodean llorando
no sé por qué razón me llaman mamá

Quise escribirte sobre nuestras viejas alegrías
pero he olvidado cómo escribir sobre cosas felices

Acuérdate de mí.

(Miltos Sachturis)

domingo, 24 de febrero de 2013

alguien soñará

¿Qué soñará el indescifrable futuro? Soñará que Alonso Quijano puede ser don Quijote sin dejar su aldea y sus libros. Soñará que una víspera de Ulises puede ser más pródiga que el poema que narra sus trabajos. Soñará generaciones humanas que no reconocerán el nombre de Ulises. Soñará sueños más precisos que la vigilia de hoy. Soñará que podremos hacer milagros y que no los haremos, porque será más real imaginarlos. Soñará mundos tan inmensos que la voz de una sola de sus aves podría matarte. Soñará que el olvido y la memoria pueden ser actos voluntarios, no agresiones o dádivas del azar. Soñará que veremos con todo el cuerpo, como quería Milton desde la tierna sombra de esos tiernos orbes, los ojos. Soñará un mundo sin la máquina y sin esa doliente máquina, el cuerpo. La vida no es un sueño pero puede llegar a ser un sueño, escribe Novalis.

(Jorge Luis Borges:
Los Conjurados. 1985)

alguien sueña

¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda. Ha soñado la aniquilación  de Cartago por el fuego y la sal. Ha soñado la palabra, ese torpe y rígido símbolo. Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido. Ha soñado la primera mañana de Ur. Ha soñado el misterioso amor de la brújula. Ha soñado la proa del noruego y la proa del portugués. Ha soñado la ética y las metáforas del más extraño de los hombres, el que murió una tarde en una cruz. Ha soñado el sabor de la cicuta en la lengua de Sócrates. Ha soñado esos dos curiosos hermanos, el eco y el espejo. Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara. Ha soñado el espejo en que  Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez. Ha soñado el espacio. Ha soñado la música, que puede prescindir del espacio. Ha soñado el arte de la palabra, aún más inexplicable que el de la música, porque incluye la música. Ha soñado una cuarta dimensión y la fauna singular que la habita. Ha soñado el número de la arena. Ha soñado los números transfinitos, a los que se llega contando. Ha soñado al primero que en el trueno oyó el nombre de Thor. Ha soñado las opuestas caras de Jano, que no se verán nunca. Ha soñado la luna y los dos hombres que caminaron por la luna. Ha soñado el pozo y el péndulo. Ha soñado a Walt Whittman, que decidió ser todos los hombres, como la divinidad de Spinoza. Ha soñado el jazmín, que no puede saber que lo sueñan. Ha soñado las generaciones de hormigas y las generaciones de los reyes. Ha soñado la vasta red que tejen todas las arañas del mundo. Ha soñado el arado y el martillo, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez. Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica y que de hecho es cósmica, porque todas las cosas están unidas por vínculos secretos. Ha soñado a mi abuela Frances Haslam en la guarnición de Junín, a un trecho de las lanzas del desierto, leyendo su Biblia y su Dickens. Ha soñado que en las batallas los tártaros cantaban. Ha soñado la mano de Hokusai, trazando una línea que será muy pronto una ola. Ha soñado a Yorick, que vive para siempre en unas palabras del ilusorio Hamlet. Ha soñado los arquetipos. Ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa. Ha soñado las caras de tus muertos, que ahora son empañadas fotografías. Ha soñado la primera mañana de Uxmal. Ha soñado el acto de la sombra. Ha soñado las cien puertas de Tebas. Ha soñado los pasos del laberinto. Ha soñado el nombre secreto de Roma, que era su verdadera muralla. Ha soñado la vida de los espejos. Ha soñado los signos que trazará el escriba sentado. Ha soñado una esfera de marfil que guarda otras esferas. Ha soñado el calidoscopio, grato a los ocios del enfermo y del niño. Ha soñado el desierto. Ha soñado el alba que acecha. Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres de agua. Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido. Ha soñado a Alejandro de macedonia. Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado el cristal. Ha soñado que Alguien lo sueña.

(Jorge Luis Borges:
Los Conjurados. 1985)

miércoles, 13 de febrero de 2013

gigante

La declaración de amor de un sociópata
Al que cumple las normas
Al cabrón que las hace
Al guardián de la honra
Al furtivo y al gánster

Al que pide permiso
Al de veras lo siento
Al nostálgico mustio
Al de vida sediento

A la loca que baila
Al del codo en la barra
A la dama de hielo
Y al de frágil coraza

A la bestia implacable
Al misericordioso
Al sumiso paciente
Y al rebelde nervioso

A esa niña tan mona
A la vieja entrañable
A la zorra sin fondo
Al buen padre y esposo

Al amante prudente
Al incauto amistoso
Al payaso en las fiestas
Al odiado de todos

Al del quiero y no puedo
Al que puedo y destrozo
Al gallito valiente
Y al que tiembla lloroso

Al oscuro inestable
Al don juan de la foto
Al que mueve los hilos
Al don nadie y al loco

Al pesado de anoche
Al listillo avispado
Al pedante ignorante
A esa metomentodo

Al aquí marginado
Al que sé que me falta
A la tonta del bote
Y al cretino que canta

Comprended que nunca sienta nada por vosotros

Soy un grito, soy montaña
Soy la voz que te acompaña
Entre la gente que amenaza nuestro amor

Ven conmigo, soy gigante
Y tú estás hecha como guante
A la medida de una joya como yo

(Julio de la Rosa: 
Pequeños trastornos sin importancia. 2013)

domingo, 10 de febrero de 2013

el último poema (31): la muerte de séneca

¿Qué pensó Séneca y no dijo cuando el capitán de la guardia personal de Nerón, en silencio, sacó el veredicto de muerte de la coraza torácica lacrado por el alumno para el profesor?

A escribir y a lacrar había aprendido, y a despreciar todas las muertes salvo la propia. Reglas de oro de todo arte de Estado.

¿Qué pensó Séneca y no dijo, cuando les prohibió el llanto a las visitas y a los esclavos que habían compartido su última comida con él?

Los esclavos sentados al final de la mesa.

Las lágrimas no son filosóficas.

Lo fatal debe ser aceptado.

Y en cuanto a ese Nerón que había asesinado a su madre y a sus hermanos, ¿por qué debía hacer una excepción con su maestro? ¿Por qué desistir de la sangre del filósofo que no le había enseñado a derramar sangre?

Y cuando hizo que le cortaran las venas, primero en los brazos, y a su esposa, que no quiso sobrevivir a su muerte, y probablemente fue un esclavo quien lo hizo también la espada que Bruto hizo caer sobre sí mismo, al final de su esperanza republicana, tuvo que ser sostenida por un esclavo.

¿Qué pensó Séneca y no dijo, cuando la sangre fue dejando su cuerpo demasiado viejo, de manera demasiado lenta, y el esclavo obediente le abrió también a golpes las venas de las piernas y los huecos poplíteos?

Murmullos con cuerdas vocales resecas. Mis dolores son mi propiedad. Lleven a mi mujer a la pieza contigua. Que mi secretario venga a verme. La mano ya no pudo sostener la pizarra para escribir, pero el cerebro seguía trabajando. La máquina fabricaba palabras y frases, anotaba los dolores.

¿Qué pensó Séneca y no dijo, entre las letras de su último dictado, recostado en el sofá del filósofo? ¿Y cuando vació la copa con el veneno de Atenas, porque la muerte se hizo esperar aún, y el veneno, que había ayudado a muchos antes que él, solamente logró escribir una nota al pie en su cuerpo casi desprovisto de sangre, no un texto claro?

¿Qué pensó Séneca sin habla, finalmente, cuando marchó hacia la muerte en el baño de vapor, mientras en el aire danzaba delante de sus ojos la terraza oscurecida por el confuso aleteo, probablemente no de ángeles?

Tampoco la muerte es un ángel.

... En el resplandor de las columnas, al reencontrarse con la primera hierva que había visto en una pradera cerca de Córdoba. Más alta que cualquier árbol.

(Heiner Müller)

sábado, 26 de enero de 2013

nada ha cambiado

de la era cámbrica hasta hoy
nada en el fondo ha cambiado
construimos la tenaz coraza
para conservar el aliento
afilamos el agudo colmillo
para depredar con eficiencia
reproducimos nuestro genoma
para mayor gloria de la especie
y desaparecemos en silencio
colmo de nuestra vanidad herida
sin que nuestro castigado paso
por esta tierra castigada
haya resultado en fin significativo
miedo violencia deseo y muerte
cuánto esfuerzo necesario
para tan absurda contingencia

(Sergio R. Franco)

jueves, 24 de enero de 2013

ridiculez

Mandar el texto, al fin, tras haber pesado y sopesado el alma de cada signo, cada silencio, cada célula. Pelo a pelo, con precisión atómica. Respirar. Abrazarse exhausto. Saludar a los vecinos. Volver a tu escritorio. Hojear satisfecho una copia del envío. Ver la errata. Ver la puta errata. Ver «una» errata. Desear que un dios furibundo «corrija» tu existencia con piadoso rayo en mitad de la frente. Querer morise.

viernes, 4 de enero de 2013

caza de conejos

Prólogo

Fuimos a cazar conejos. Era una expedición bien organizada que capitaneaba el idiota. Teníamos sombreros rojos. Y escopetas, puñales, ametralladoras, cañones y tanques. Otros llevaban las manos vacías. Laura iba desnuda. Llegados al bosque inmenso, el idiota levantó una mano y dio la orden de dispersarnos. Teníamos un plan completo. Todos los detalles habían sido previstos. Había cazadores solitarios, y había grupos de dos, de tres o de quince. En total éramos muchos, y nadie pensaba cumplir las órdenes.

VI

Cuando hubimos cazado un número suficiente de conejos como para satisfacer nuestra hambre milenaria, preparamos una fogata con todos los carteles de madera que decían «PROHIBIDO CAZAR CONEJOS» y asamos los conejos a las brasas.

XVII

Al idiota le gusta el cementerio de elefantes, no por el valor de los colmillos, ni por el misterio del impulso que lleva al elefante, herido a buscar el lugar milenario, ni por el brillo de la luna en el marfil, ni por el aspecto imponente de los esqueletos que semejan barcos antiguos semihundidos en un mar verde oscuro, ni por oír el curioso lamento de agonía de los elefantes que llegan y se tienden, ni por la aventura, sino por el olor a podrido de los elefantes muertos.

XX

Hay quien caza conejos por amor; yo los cazo por odio. Cuando los tengo en mi poder los voy destrozando lentamente. Los mutilo, tratando de que no se mueran en seguida. Hay otros cazadores que odian a los conejos porque destruyeron su hogar o sus cosechas, porque robaron a sus hijos o mataron sus esperanzas; mi odio es injustificado y atroz. Creo que hay algo de amor en este odio; no dedicaría, de otro modo, tanto esfuerzo a combatirlos con mis armas más arteras.

XXIII

Decimos que vamos a cazar conejos, pero en el bosque no hay conejos. Vamos a cazar muchachas salvajes, de vello sedoso y orejas blandas.

XXIX

Si bien entre nosotros casi no se habla de otra cosa que de conejos, en realidad nunca hemos visto uno. Dudamos incluso de su existencia. En nuestras conversaciones el conejo oficia de metáfora, o de símbolo. Es frecuente observar que muchos, una gran mayoría, hemos olvidado la primitiva significación de la palabra, si es que ha tenido alguna alguna vez.

XXXV

Para los que sienten como cosa esencial la estética de la caza de conejos, o su metafísica, la luz es quizás el factor más importante a tener en cuenta. El sol directo afea los conejos, les quita realidad y gracia. La oscuridad de la noche los vuelve invisibles, inasibles y muy peligrosos. Es a la luz incierta de los últimos rayos oblicuos, en ese instante mágico que se produce unos minutos después de la puesta del sol, cuando los conejos adquieren toda su dimensión de belleza y verosimilitud. Pero es muy difícil cazarlos en la fugacidad de ese momento: tal es la comprensión que adquiere un observador sensible.

XXXVI

El idiota se agarró la cabeza, desesperado, porque ante sus órdenes precisas nos comportábamos como verdaderos energúmenos. Después de años de vivir encerrados en ese castillo oscuro, la libertad, la belleza, la salud que se respiran en el bosque nos impedían ceñirnos a la lógica inexorable de su plan.

(Mario Levrero: Caza de conejos.
Libros del Zorro Rojo. 2012)