jueves, 28 de febrero de 2013

mina

Te escribo lleno de miedo en una galería nocturna
alumbrada por una lámpara tan pequeña como un dedal
un vagón me pasa por encima con cuidado
midiendo su distancia para no golpearme
pero a veces finjo estar dormido
y otras remendar unos calcetines viejos
porque todo a mi alrededor ha envejecido extrañamente

en casa
ayer
cuando abrí el armario desapareció
se hizo polvo con toda su ropa
los platos se rompen con sólo tocarlos
tengo miedo y escondí los tenedores y los cuchillos
mi cabello se ha vuelvo como de estopa
mi boca ha emblanquecido y me duele
mis manos son de piedra
mis piernas de madera
tres niños pequeños me rodean llorando
no sé por qué razón me llaman mamá

Quise escribirte sobre nuestras viejas alegrías
pero he olvidado cómo escribir sobre cosas felices

Acuérdate de mí.

(Miltos Sachturis)

domingo, 24 de febrero de 2013

alguien soñará

¿Qué soñará el indescifrable futuro? Soñará que Alonso Quijano puede ser don Quijote sin dejar su aldea y sus libros. Soñará que una víspera de Ulises puede ser más pródiga que el poema que narra sus trabajos. Soñará generaciones humanas que no reconocerán el nombre de Ulises. Soñará sueños más precisos que la vigilia de hoy. Soñará que podremos hacer milagros y que no los haremos, porque será más real imaginarlos. Soñará mundos tan inmensos que la voz de una sola de sus aves podría matarte. Soñará que el olvido y la memoria pueden ser actos voluntarios, no agresiones o dádivas del azar. Soñará que veremos con todo el cuerpo, como quería Milton desde la tierna sombra de esos tiernos orbes, los ojos. Soñará un mundo sin la máquina y sin esa doliente máquina, el cuerpo. La vida no es un sueño pero puede llegar a ser un sueño, escribe Novalis.

(Jorge Luis Borges:
Los Conjurados. 1985)

alguien sueña

¿Qué habrá soñado el Tiempo hasta ahora, que es, como todos los ahoras, el ápice? Ha soñado la espada, cuyo mejor lugar es el verso. Ha soñado y labrado la sentencia, que puede simular la sabiduría. Ha soñado la fe, ha soñado las atroces Cruzadas. Ha soñado a los griegos que descubrieron el diálogo y la duda. Ha soñado la aniquilación  de Cartago por el fuego y la sal. Ha soñado la palabra, ese torpe y rígido símbolo. Ha soñado la dicha que tuvimos o que ahora soñamos haber tenido. Ha soñado la primera mañana de Ur. Ha soñado el misterioso amor de la brújula. Ha soñado la proa del noruego y la proa del portugués. Ha soñado la ética y las metáforas del más extraño de los hombres, el que murió una tarde en una cruz. Ha soñado el sabor de la cicuta en la lengua de Sócrates. Ha soñado esos dos curiosos hermanos, el eco y el espejo. Ha soñado el libro, ese espejo que siempre nos revela otra cara. Ha soñado el espejo en que  Francisco López Merino y su imagen se vieron por última vez. Ha soñado el espacio. Ha soñado la música, que puede prescindir del espacio. Ha soñado el arte de la palabra, aún más inexplicable que el de la música, porque incluye la música. Ha soñado una cuarta dimensión y la fauna singular que la habita. Ha soñado el número de la arena. Ha soñado los números transfinitos, a los que se llega contando. Ha soñado al primero que en el trueno oyó el nombre de Thor. Ha soñado las opuestas caras de Jano, que no se verán nunca. Ha soñado la luna y los dos hombres que caminaron por la luna. Ha soñado el pozo y el péndulo. Ha soñado a Walt Whittman, que decidió ser todos los hombres, como la divinidad de Spinoza. Ha soñado el jazmín, que no puede saber que lo sueñan. Ha soñado las generaciones de hormigas y las generaciones de los reyes. Ha soñado la vasta red que tejen todas las arañas del mundo. Ha soñado el arado y el martillo, el cáncer y la rosa, las campanadas del insomnio y el ajedrez. Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica y que de hecho es cósmica, porque todas las cosas están unidas por vínculos secretos. Ha soñado a mi abuela Frances Haslam en la guarnición de Junín, a un trecho de las lanzas del desierto, leyendo su Biblia y su Dickens. Ha soñado que en las batallas los tártaros cantaban. Ha soñado la mano de Hokusai, trazando una línea que será muy pronto una ola. Ha soñado a Yorick, que vive para siempre en unas palabras del ilusorio Hamlet. Ha soñado los arquetipos. Ha soñado que a lo largo de los veranos, o en un cielo anterior a los veranos, hay una sola rosa. Ha soñado las caras de tus muertos, que ahora son empañadas fotografías. Ha soñado la primera mañana de Uxmal. Ha soñado el acto de la sombra. Ha soñado las cien puertas de Tebas. Ha soñado los pasos del laberinto. Ha soñado el nombre secreto de Roma, que era su verdadera muralla. Ha soñado la vida de los espejos. Ha soñado los signos que trazará el escriba sentado. Ha soñado una esfera de marfil que guarda otras esferas. Ha soñado el calidoscopio, grato a los ocios del enfermo y del niño. Ha soñado el desierto. Ha soñado el alba que acecha. Ha soñado el Ganges y el Támesis, que son nombres de agua. Ha soñado mapas que Ulises no habría comprendido. Ha soñado a Alejandro de macedonia. Ha soñado el muro del Paraíso, que detuvo a Alejandro. Ha soñado el mar y la lágrima. Ha soñado el cristal. Ha soñado que Alguien lo sueña.

(Jorge Luis Borges:
Los Conjurados. 1985)

miércoles, 13 de febrero de 2013

gigante

La declaración de amor de un sociópata
Al que cumple las normas
Al cabrón que las hace
Al guardián de la honra
Al furtivo y al gánster

Al que pide permiso
Al de veras lo siento
Al nostálgico mustio
Al de vida sediento

A la loca que baila
Al del codo en la barra
A la dama de hielo
Y al de frágil coraza

A la bestia implacable
Al misericordioso
Al sumiso paciente
Y al rebelde nervioso

A esa niña tan mona
A la vieja entrañable
A la zorra sin fondo
Al buen padre y esposo

Al amante prudente
Al incauto amistoso
Al payaso en las fiestas
Al odiado de todos

Al del quiero y no puedo
Al que puedo y destrozo
Al gallito valiente
Y al que tiembla lloroso

Al oscuro inestable
Al don juan de la foto
Al que mueve los hilos
Al don nadie y al loco

Al pesado de anoche
Al listillo avispado
Al pedante ignorante
A esa metomentodo

Al aquí marginado
Al que sé que me falta
A la tonta del bote
Y al cretino que canta

Comprended que nunca sienta nada por vosotros

Soy un grito, soy montaña
Soy la voz que te acompaña
Entre la gente que amenaza nuestro amor

Ven conmigo, soy gigante
Y tú estás hecha como guante
A la medida de una joya como yo

(Julio de la Rosa: 
Pequeños trastornos sin importancia. 2013)

domingo, 10 de febrero de 2013

el último poema (31): la muerte de séneca

¿Qué pensó Séneca y no dijo cuando el capitán de la guardia personal de Nerón, en silencio, sacó el veredicto de muerte de la coraza torácica lacrado por el alumno para el profesor?

A escribir y a lacrar había aprendido, y a despreciar todas las muertes salvo la propia. Reglas de oro de todo arte de Estado.

¿Qué pensó Séneca y no dijo, cuando les prohibió el llanto a las visitas y a los esclavos que habían compartido su última comida con él?

Los esclavos sentados al final de la mesa.

Las lágrimas no son filosóficas.

Lo fatal debe ser aceptado.

Y en cuanto a ese Nerón que había asesinado a su madre y a sus hermanos, ¿por qué debía hacer una excepción con su maestro? ¿Por qué desistir de la sangre del filósofo que no le había enseñado a derramar sangre?

Y cuando hizo que le cortaran las venas, primero en los brazos, y a su esposa, que no quiso sobrevivir a su muerte, y probablemente fue un esclavo quien lo hizo también la espada que Bruto hizo caer sobre sí mismo, al final de su esperanza republicana, tuvo que ser sostenida por un esclavo.

¿Qué pensó Séneca y no dijo, cuando la sangre fue dejando su cuerpo demasiado viejo, de manera demasiado lenta, y el esclavo obediente le abrió también a golpes las venas de las piernas y los huecos poplíteos?

Murmullos con cuerdas vocales resecas. Mis dolores son mi propiedad. Lleven a mi mujer a la pieza contigua. Que mi secretario venga a verme. La mano ya no pudo sostener la pizarra para escribir, pero el cerebro seguía trabajando. La máquina fabricaba palabras y frases, anotaba los dolores.

¿Qué pensó Séneca y no dijo, entre las letras de su último dictado, recostado en el sofá del filósofo? ¿Y cuando vació la copa con el veneno de Atenas, porque la muerte se hizo esperar aún, y el veneno, que había ayudado a muchos antes que él, solamente logró escribir una nota al pie en su cuerpo casi desprovisto de sangre, no un texto claro?

¿Qué pensó Séneca sin habla, finalmente, cuando marchó hacia la muerte en el baño de vapor, mientras en el aire danzaba delante de sus ojos la terraza oscurecida por el confuso aleteo, probablemente no de ángeles?

Tampoco la muerte es un ángel.

... En el resplandor de las columnas, al reencontrarse con la primera hierva que había visto en una pradera cerca de Córdoba. Más alta que cualquier árbol.

(Heiner Müller)