viernes, 10 de octubre de 2014

670

No hay que ser casa para tener fantasmas
ni cuarto cerrado:
el cerebro es un laberinto habitado
más allá del mundo material.

Más seguras son las citas a medianoche
con espectros de carne y hueso
que el íntimo encuentro
con tu huésped gélido.

Más seguro es profanar el santuario
bajo una lluvia de piedras galopando
que encontrarse a sí mismo desarmado
en un lugar solitario.

El yo que acecha oculto tras el yo
debe asustarnos mucho más;
un asesino escondido en nuestro hogar
no entraña mayor horror.

Toma el cuerpo un revólver
y se atrinchera tras cien candados
ignorando a un ente superior
(o Algo peor).

(Emily Dickinson:
Poemas, 1955, traducción-perversión)