martes, 28 de mayo de 2013

hostil

Escribo por roto.
El poema sirve de guarida
a mis escombros de espejo perverso
de transparencia de sueños dibujados
con debilidad
por el alfabeto hostil.
El poema ha sido rama
trampa del viaje.
Cuando quiero hablar conmigo de verdad
me emborracho
anoto en frentes de penumbra
fracasos y ganancias.
Olvido.
Escribo con letras grandes mi nombre,
lo piso.
Hago un mapa de silencio
enfermo.

(José Barroeta: Todos han muerto.
Candaya, 2006)

domingo, 26 de mayo de 2013

odisea, libro vigésimo tercero

Ya la espada de hierro ha ejecutado
la debida labor de la venganza;
ya los ásperos dardos y la lanza
la sangre del perverso han prodigado.

A despecho de un dios y de sus mares
a su reino y su reina ha vuelto Ulises,
a despecho de un dios y de los grises
vientos y del estrépito de Ares.

Ya en el amor del compartido lecho
duerme la clara reina sobre el pecho
de su rey pero ¿dónde está aquel hombre

que en los días y noches del destierro
erraba por el mundo como un perro
y decía que Nadie era su nombre?

(Jorge Luis Borges)

ítaca

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
desea que el camino sea largo,
lleno de aventuras y experiencias.
No temas a los lestrigones, a los cíclopes
ni al terrible Poseidón;
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A lestrigones y a cíclopes,
ni al fiero Poseidón encontrarás nunca,
si no los llevas ya dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que con placer, felizmente,
entres en puertos nunca vistos.
Detente en los mercados fenicios
y hazte con hermosas mercancías:
madreperlas y corales, ébanos y ámbares,
perfumes deliciosos y diversos,
todos los sensuales perfumes que puedas.
Y visita muchas ciudades de Egipto
y aprende, aprende de los sabios.

Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Pero no tengas prisa en tu viaje.
Es mejor que dure muchos años
y atracar un día, viejo ya, en la isla,
rico por todas las ganancias del camino
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella no te habrías puesto en marcha.
Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Convertido en un sabio, con tanta experiencia,
habrás comprendido, al fin, qué significan las Ítacas.

(C. P. Cavafis)

sábado, 18 de mayo de 2013

hipno

¿Qué es lo que mejor sabes hacer?
Dormir.
Pero ¿y el insomnio?
Es el precio de la sublimidad.

domingo, 12 de mayo de 2013

el último poema (32): bajo la piel

Leo a Barroeta. Estremece la indiferencia anatomopatológica con la que describe la causa de su propia muerte en el último poema de su último libro, Elegías y olvidos, cuyo título no puede ser más notarial: «Enero, 4.30 a. m.»: «En mi pared bronquial / con arquitectura parcialmente alterada / por neoplasia maligna epitelial / las células se disponen en nidos y cestos / fragmentando el sonoro tejido de la noche». (He pensado muchas veces en escribir un poemario con las descripciones de los informes patológicos, al modo en que Gamoneda transformó el manual farmacológico de Pedacio Dioscórides, traducido por Andrés Laguna, en El libro de los venenos, pero no consigo encontrar los textos adecuados: los patólogos, como casi todo el mundo, cada vez escriben menos, y cada vez escriben peor). También Alejandra Pizarnik dio cuenta de su fin, escribiendo estos versos definitivos en el pizarrón del cuarto donde la hallarían muerta: «No quiero ir / nada más / que hasta el fondo». La muerte es el gran asunto de Barroeta. Preñado de senequismo, la advierte clavada en la carne, ínsita en la vida, y afirma: «Mi vida es un cadáver». Enroscados en los versos aparecen cráneos, sangre, fantasmas; abundan los plantos y las invocaciones a lo roto: espejos rajados, quebraduras, descalabramientos. La muerte ha barrido a las figuras familiares, y su poesía se abandona a una añoranza rabiosa: canta a los padres, a los hermanos, a los abuelos y bisabuelos, como si todos, abrazados por la nada, dibujaran un espacio invulnerable, una heredad inasequible a la destrucción. Sin embargo, la poesía de Barroeta, invadida de perecimiento, no es sombría, sino regocijada. Todos han muerto es un géiser imaginativo y un quermés verbal, y, por ello, también una fiesta de la existencia. «Mi corazón llega a la vida por la carne muerta», escribe en un poema. Las palabras, bullentes, videntes, arrancan a la muerte, la compañera inexorable, de su pedestal de oprobio, y la transforman en pretexto para el sarcasmo y para la música: en justificación de la vida.

(Eduardo Moga: Bajo la piel, los días. 
Calambur, Madrid, 2010)