miércoles, 26 de agosto de 2009

el último poema (10): peiu yávorov


Shakespeariano final para la turbadora voz de este poeta búlgaro, hijo de campesinos, autodidacta, guerrillero y bibliotecario.

Nace en 1878, año de la liberación de Bulgaria tras cinco siglos de ocupación turca. Su poesía clava raíces en la tierra árida de su tiempo, donde ha desaparecido todo signo de expresión literaria salvo las canciones populares, y brota como extraña rosaleda de belleza y dolor:

Y ante mí te detendrás,
en las estrellas, resplandecientes, incomprensibles,

en las flores, serás secreta, aromática…
[…]

Ante mí, ángel, te presentarás
¡oh felicidad y alegría!

¡oh felicidad y eterna alegría,

Como un vampiro sobre mí te detendrás,
¡oh felicidad y tristeza!
¡oh felicidad y tristeza, y desgracia!

Tras luchar contra las tropas turcas, aún asentadas en Macedonia en 1902, viaja por Europa y conoce la poesía de vanguardia; pero su canto permanece intacto: parace surgir de una íntima y pura nada. Su fuente es el sufrimiento nato del creador:

Y busco. En el sufrimiento la vida se agota
en busca acaso del sufrimiento mismo.


Desgarradamente paradójico, vivazmente contradictorio; enmarañadas en un torbellino lacerante, luz y oscuridad revuelven su vida y verso:

Yo no vivo: yo ardo. Inconciliables
dos almas rivalizan en mi pecho:
un alma de ángel y otra de demonio. En mí

respiran fuego y su ardor me abrasa.


Y arden las dos con llamas, donde toco

aun en la piedra, oigo latir ambos corazones…

Siempre los dos, en todos sitios, obsesivamente
con rostros enemigos se consumen hasta hacerme brasas.


Detrás de mí el viento, a donde vaya,

mis huellas con ceniza cubrirá. ¿Quién podrá conocerlas?

Solitario, yo no vivo, ¡ardo!, y mi rastro
será ceniza en el sombrío infinito.


El 30 de noviembre de 1913, pacta un ritual de suicidio en pareja con su esposa Lora Karavélova, mujer de extraordinaria belleza (Alma en el alma del mundo, / tú, sangrienta flor del amor). Yávorov, juguete roto del destino, pierde la vista a consecuencia de las heridas y es acusado, además, de provocar la muerte de Lora.

Un año más tarde, en Sofía, a la edad de treinta y seis, Peiu Yávorov consuma el letal matrimonio reuniéndose con Lora en el infierno de los suicidados. Esta vez apuntala su muerte con veneno y un tiro en la sien:

No tengo por qué esperar a arruinarme hasta el punto de convertirme en un mendigo o ir al manicomio. Sed fuertes como yo. Nada puede volver.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por descubrirme a este autor. Espeluznante historia.
Saludos no-suicidas.

francisco javier casado dijo...

...y me he dejado por ahí a alguna novia muerta de tuberculosis...

por lo visto, las cartas entre yárovov y karavélova son muy pasionales, desgarradoras...

eran otros tiempos. esta gente tenía vidas muy "destroy".
un milagro que aún les quedara espacio para la poesía; o quizá por eso, precisamente, su poesía era tan intensa: vida y arte, arte y vida... sólo unos locos los mezclan sin contemplación y viven para contarlo.

en cualquier caso, gracias por leerlos. un saludo!

Anónimo dijo...

La mezcla arte-vida--->poesía (¿o al revés?) era más evidente hace un siglo, o dos.
La correposdencia epistolar de esos años es tan admirable que muchas veces la prefiero a las obras. Me encanta Madame Bovary, pero cuando Flaubert le describe a su amada la forma en la que desea besarla, surge una calidad artística más pasional y poética, más tangible que su esmerada prosa.

Me queda tanto por leer...

francisco javier casado dijo...

la verdad es que la era digital ha matado la poética de la carta. ahora la "correspondencia" es aséptica, inmediata, económica y "emoticónica" (vaya palabrota...)

The Genius dijo...

¡Impresionante!
Es de esos tipos a los cuales hay que conocer, porque anticipan en un siglo el "sentimiento trágico de la vida en los hombres y la sociedad", como dijo Unamuno.
Además, porque estoy en casa de mi mejor amigo, al cual me recordaron sus palabras.
Muchas gracias por existir.