jueves, 22 de septiembre de 2011

hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco

Hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco. Aun sitiado por insectos, el centro, alto como el latido, ocupaba los límites. En él se arrodillaba el mal, que veía en su arena recta sólo un mínimo grito. Ardía el ser, mas no desde la náusea, sino azul como el seno, cándidamente pan. Nada en mí contradecía la lluvia. Ningún sieso contra el amor.

Ahora se ha sublevado lo dormido, la supuración de alguien. Quizá sea sólo un objeto que se disgrega en su prisión, o manos que revelan sufrimiento. Si conviene, ensucio el sonido; por lucrarme, superpongo el rostro a la máscara, lo hago página, demolición del centro; si una rata lame mi sexo, artillo suavemente las palabras, alquilo al insomnio mis pechos. Y aunque procure preservar aquel espacio del dolor y los murciélagos, el orgasmo es negro.

Detrás queda un cadáver. En sus labios hay pájaros.

(Eduardo Moga: El corazón, la nada.
Bartleby Editores, 1999)