sábado, 17 de diciembre de 2011

nunca supe su nombre

Era un bicho increíble, bella como el relámpago, enteriza, seda pura. Su rostro un fulgor continuo. No la describo, no soy pintor. Sólo paro mientes en sus manos eléctricas, radioactivas –manos de humo y de hierro forjado– siempre vacías y operantes. Corriendo tontas detrás de una mariposa, agarrando cuernos de becerro o abejorros carnudos. Pero también acariciando mi garganta.

No hicimos ningún pacto para andar juntos. Nunca nos separábamos. ¡Qué vitalidad de moza! No lloraba nunca. Gritaba de mil modos, llana de impulsos imprevistos. La veía correr sin freno y cuando se fatigaba era una leona dormida.

Se lanzaba al mar enloquecidamente y se ponía a nadar en las aguas alejándose hasta perderla de vista, si no fuera por el alga negra de su abundante melena, a lo lejos, flotando en las olas.

Nunca supe su nombre.

(Carlos Edmundo de Ory: La memoria amorosa. Visor, 2011)

viernes, 2 de diciembre de 2011

sombra de los días a venir

A Ivonne A. Bordelois

Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración
de un animal que sueña.

(Alejandra Pizarnik: Los trabajos y las noches, 1965)

viernes, 25 de noviembre de 2011

el despertar

A León Ostrov

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo

(Alejandra Pizarnik: Las aventuras perdidas, 1958)

viernes, 28 de octubre de 2011

san francisco, 7/9/79

Ayer abrí la ventana del baño y la luz vespertina entró clara y limpia. Me quité los zapatos y los puse a ventilarse sobre el alféizar, con las puntas un poco en el aire, hacia el interior del baño. Luego me olvidé de que estaban allí, fui a lavarme y cuando me di la vuelta hacia la ventana, sentí pánico al ver los zapatos vacíos allí detenidos, como si nadie estuviese entrando por la ventana.

(Werner Herzog: Conquista de lo inútil.
Blackie Books, 2010)

sábado, 22 de octubre de 2011

canción niña estival

me arranco el sol a tiras
de la piel de un día
de tormenta

canto
espanto el tremor
que el tiempo vuela

en una gota de frío
el verano hace el indio

sonámbulo despierto
en tu sueño y te miro
apunto y disparo

pum

estás muerto
tu alma es canícula
en la frente del desierto

rayos y truenos son
tus mejores amigos

me duermo mecido
por el ruido del sol

sábado, 24 de septiembre de 2011

introducción

Con la desquiciada furia de un perro que ha hincado los dientes en la pierna de un ciervo ya muerto y tira del animal caído hasta el extremo de que el cazador abandona todo intento de calmarlo, se apoderó de mí una visión: la imagen de un enorme barco de vapor en una montaña. El barco que, gracias al vapor y por su propia fuerza, remonta serpenteando una pendiente empinada en la jungla, y por encima de una naturaleza que aniquila a los quejumbrosos y a los fuertes con igual ferocidad, suena la voz de Caruso, que acalla todo dolor y todo chillido de los animales de la selva y extingue el canto de los pájaros. Mejor dicho: los gritos de los pájaros, porque en este paisaje inacabado y abandonado por Dios en un arrebato de ira, los pájaros no cantan, sino que gritan de dolor, y árboles enmarañados se pelean entre sí con sus garras de gigantes, de horizonte a horizonte, entre las brumas de una creación que no llegó a completarse. Jadeantes de niebla y agotados, los árboles se yerguen en este mundo irreal, en una miseria irreal; y yo, como en la stanza de un poema en una lengua extranjera que no entiendo, estoy allí, profundamente asustado.

(Werner Herzog: Conquista de lo inútil.
Blackie Books, 2010)

jueves, 22 de septiembre de 2011

hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco

Hay aves con mis ojos en el bosque donde nazco. Aun sitiado por insectos, el centro, alto como el latido, ocupaba los límites. En él se arrodillaba el mal, que veía en su arena recta sólo un mínimo grito. Ardía el ser, mas no desde la náusea, sino azul como el seno, cándidamente pan. Nada en mí contradecía la lluvia. Ningún sieso contra el amor.

Ahora se ha sublevado lo dormido, la supuración de alguien. Quizá sea sólo un objeto que se disgrega en su prisión, o manos que revelan sufrimiento. Si conviene, ensucio el sonido; por lucrarme, superpongo el rostro a la máscara, lo hago página, demolición del centro; si una rata lame mi sexo, artillo suavemente las palabras, alquilo al insomnio mis pechos. Y aunque procure preservar aquel espacio del dolor y los murciélagos, el orgasmo es negro.

Detrás queda un cadáver. En sus labios hay pájaros.

(Eduardo Moga: El corazón, la nada.
Bartleby Editores, 1999)